martes, 17 de abril de 2012

Oda al elefante


Oda al elefante

Espesa bestia pura,
San Elefante
animal santo
del bosque sempiterno,
todo materia fuerte
fina
y equilibrada,
cuero
de
talabartería planetaria,
marfil
compacto, satinado,
sereno
como
la carne de la luna,
ojos mínimos
para mirar, no para ser mirados,
y trompa
tocadora,
sorneta
del contacto,
manguera
del animal
gozoso
en
su
frescura,
máquina movediza,
teléfono del bosque,
y así
pasa tranquilo
y bamboleante
con su vieja envoltura,
con su ropaje
de árbol arrugado,
su pantalón
caído
y su colita.
No nos equivoquemos.
La dulce y grande bestia de la selva
no es el clown,
sino el padre,
el padre en la luz verde,
es el antiguo
y puro
progenitor terrestre.

Total fecundación,
tantálica
codicia, fornicación
y piel
mayoritaria,
costumbres
en la lluvia
rodearon
el reino
de los elefantes
y fue
con sal
y sangre
la genérica guerra
en el silencio.

Las escamosas formas
el lagarto león,
el pez montaña,
el milodonto cíclope,
cayeron,
decayeron,
fueron fermento verde en el pantano,
tesoro
de las tórridas moscas,
de escarabajos crueles.
Emergió el elefante
del miedo destronado.

Fue casi vegetal, oscura torre
del firmamento verde,
y de hojas dulces, miel
y agua de roca
se alimentó su estirpe.

Iba pues por la selva
el elefante con su paz profunda.
Iba condecorado
por
las órdenes más claras
del rocío sensible
a la
humedad
de su universo,
enorme, y triste y tierno
hasta que lo encontraron
y lo hicieron
bestia de circo envuelta
por el olor humano,
sin aire para su intranquila trompa,
sin tierra para sus terrestres patas.
Lo vi entrar aquel día,
y lo recuerdo como a un moribundo,
lo vi entrar al Kraal, al perseguido.
Fue en Ceilán, en la selva.
Los tambores,
el fuego
habían desviado
su ruta de rocío,
y allí fue rodeado.
Entre el aullido y el silencio entró
como un inmenso rey. No comprendía.
Su reino era una cárcel, sin embargo
era el sol como siempre, palpitaba
la luz libre, seguía verde el mundo,
con lentitud tocó la empalizada,
no las lanzas, y a mí,
a mí entre todos,
no sé, tal vez no pudo ser, no ha sido,
pero, a mí me miró
con sus ojos secretos
y aún me duelen
los ojos
de aquel encarcelado,
de aquel inmenso rey preso en su selva.

Por eso hoy rememoro tu mirada,
elefante perdido
entre las duras lanzas
y las hojas
y en tu honor, bestia pura,
levanto los collares
de mi oda
para que te pasees
por el mundo
con mi infiel poesía
que entonces no podía defenderte,
pero que ahora
junta
en el recuerdo
la empalizada en donde aprisionaron
el honor animal de tu estatura
y aquellos dulces ojos de elefante
que allí perdieron todo lo que habían amado.

Pablo NERUDA

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