Eran tiempos muy duros. No era fácil vivir.
Por eso madrugué por los despachos,
volví mañana, les expuse el caso
y conseguí un empleo para ella:
tras mirarla a los ojos —al menos eso dijo—
le entregaron la llave más preciada,
pusieron a su cargo el alumbrado.
Yo hice lo que pude, lo que en mi mano estaba.
Y no la he vuelto a ver:
aquella misma noche me cortaron la luz.
Javier EGEA / Paseo de los tristes
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