IDEAS ACERCA DE LA CONFUSIÓN EN CHEROKEE AVENUE
I
Es primavera en Cherokee Avenue, West Saint-Paul.
Las gotas de lluvia golpean la puerta mal cerrada
y una luz invernal, como de piedra,
calcina huellas de pisadas, el olor del verdín,
la súbita arrogancia de los potos junto al ventanal.
Abril es ahora un mes extraño,
(un cielo no es cruel, sólo un poco confuso),
con un sol frío que se derrama con indiferencia
sobre la nieve inhóspita, los árboles sin hojas
y la calle desierta. En la pared, retratos,
rostros desconocidos que observan con desgana
el movimiento mecánico de los ojos antes del despertar,
la somnolencia hecha ceniza,
este silencio mío, tan acostumbrado a las tormentas
y al resplandor cárdeno de la soledad. Relámpagos
de un incierto crepúsculo caído
tras de los párpados, horas atrás, junto al jarrón con rosas.
Brillan hogueras acechantes que apenas puedo definir,
la pausada respiración acompasando el ritmo de tu cuerpo,
tu cuerpo junto al mío, ojos azules en la madrugada,
y el tapiz frente al lecho donde cummings recuerda:
to be nobody but yourself.
II
To be yourself. Ayer estuve todo el día vagabundeando por la ciudad;
sentados en el balcón, junto a los ventanales, bordeamos un sucio Mississipi,
no el río luminoso que de niño soñaba desde la acogedora oscuridad del cine de mi barrio,
(los viejos caballeros de New Orleans en technicolor) sino esta noche sin memoria
donde apenas transitan, como torres de sombra, las letras tristes de St. Mary's Hospital.
Recuerdo vagamente cierta conversación acerca de un viaje hacia Seattle,
de las dificultades de cambiar de vida ahora que el año está tan avanzado,
y de cómo la nieve es el reverso repentino
de un mar que alguna vez cantó la antigua melodía
del verano, to love's to live, y el sol que, al fin, se asienta
ingenuo y poderoso sobre aquel mar. Digamos que el silencio
entre una lluvia y otra es todo lo que necesito
saber acerca del amor, o que los días nos enseñan
que morir no siempre significa muerte.
Charlar bajo la luz tamizada de la lámpara, sin embargo, no ayuda
mucho. Mientras me hablaba, pude aprender que la distancia es la mitad de
estar juntos, pero en el mismo sitio y a la vez, tocar
sin tocarnos, comer, ir de compras, el uno siempre varios pasos
por delante del otro. Recordar lo aburrido
que resultaba hacernos el amor, para no hablar de la torpeza
conque un roce mecánico pretende ser caricia, pero cada uno
viviendo a solas, en el mismo sitio, y a la vez.
III
Supongo que la causa poco importa. Tal vez
fuese la consecuencia de dormir desnudo
en un lugar extraño, los sueños evasivos,
el misterio de estar que es siempre inexplicable,
mientras algo cálido impregna con su perfume el tacto
de esta quietud, o la precariedad de otro paisaje,
árboles que espumean junto a otro mar, su aliento
color de cielo antiguo, cosas ininteligibles.
Tal vez ni siquiera se trata de una sensación
sino de la necesidad de alguna sensación.
"Aquí estamos, en este cuarto, Cherokee Avenue,
West Saint-Paul".No hay metáforas (cómo tú las llamabas)
para intentar vivir algo tan simple. Juan Ramón las tenía
("Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito")
y otros muchos después, contemplando la nieve, sentados en la roca,
o con los pies hundidos en el agua. Yo sólo escribo este poema
no con la ingenua pretensión de expresar lo que siento
(nunca sé lo que siento) sino para que poco a poco sus palabras
puedan iluminar el hueco donde estoy (quiero decir, quién soy)
en el lejano abismo de otros ojos
verdes como la noche y su serenidad.
IV
Puedo decir, por ello, (ahora que no me escuchas)
que el color de la noche se parece a tus ojos.
Como un semáforo lejano cede paso a la aurora,
una aurora sin nadie donde el azul te habita,
cuerpo hecho a la medida de ningún deseo.
La lluvia sigue golpeando intermitentemente la ventana
y las viejas historias aparecen de pronto como viejas historias
que alguien contó una vez, sentado junto al fuego, mientras la música sonaba
como en sordina, la voz algo insegura,
"I moved with the slowest motion/that is not death". Ya sé que
las hojas de mi cuaderno no son las hojas de los árboles
(miro los brotes donde se insinúan) pero también en ellas
el día que comienza inscribe su monotonía sin la indelicadeza de algún símbolo,
cajas donde los libros se amontonan, los chuzos del tejado
que un sol tímido refleja sobre el aparador
y otros objetos diminutos en que el amanecer se apoya con desgana.
Desde la altura de su silencio observo su nocturnidad,
y ahora, en el vasto espacio de la espuma, el aire
del cuarto ya no es aire sino escenario, tú,
y unos labios insomnes, aún sin la costumbre de tu piel,
buscan decir la luz entre las ruinas.
Ruinas o amor: tus ojos o la noche,
las jubilosas letras de tu cuerpo sobre un vidrio apagado.
V
Todo parece tan sencillo que incluso olvido la retórica.
Puedo decir abiertamente: "Estoy
oyendo el tableteo de la lluvia, la imagen de aquel río,
ella duerme tranquila, sin que la abrume el sol de la mañana".
Digo las cosas como son: son cosas,
y hasta parecen tan felices sin saber que las miro,
(por eso me permito un poco de sinceridad),
que las metáforas que cuidadosamente he ido acumulando
suenan en mis oídos como enjambres de insectos. Esta mañana de domingo
del mes de abril, mientras la nieve cubre las ramas de los árboles,
no necesito convencerme de que añoro el olor
de las playas, el aire donde ya crece el azahar, ni
ese cuerpo tan mío (¿por qué habré dicho siempre
de su cuerpo que es mío?) Hoy, tres meses después de
mi treinta y siete aniversario, he decidido al fin
que escribir mis poemas no es conversar con nadie
-para qué construir sílaba sobre sílaba otro nombre que no
existe- y a cierta edad, supongo, uno debe tomar
decisiones. Tal vez sea un poco tarde, pero hoy parece que acabó el invierno
y la luz incipiente del amanecer es mi mejor poema.
Déjame que te ofrezca su seguridad.
El sueño es dulce cuando estás dormida.
Jenaro Talens La constancia del nómada
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