“La mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado” Arthur Rimbaud
El hombre de la camisa amarilla emerge de la muchedumbre y, a viva voz, sus versos alcanzan como un látigo hasta al último de los obreros agolpados en la puerta de una fábrica de Moscú.
yo reclamo un hueco entre las filas de los obreros y campesinos más pobres. Y si usted piensa que todo consiste en saber utilizar palabras ajenas, entonces, camaradas, aquí tienen mi pluma, y escriban ustedes cuanto quieran.(1)Los trabajadores lo escuchan, algunos se burlan de él; “¿quién es ese futurista que se viste como un campesino?” pregunta alguien. Pero nadie responde.
Ya la sombra de la camisa amarilla(2) envolvía en 1915 una obsesión y una pregunta: Ser entendido por el obrero y hacerle entender el lugar necesario del poeta entre sus filas. La confianza en un lenguaje nuevo, revelador, distinto a la voz del siglo XIX, choca con la incertidumbre de que los destinatarios reconozcan este nuevo lenguaje. Así, los artistas se cerraban en la élite o elegían un arte “socialista”, que implicaba aceptar el realismo decimonónico a ultranza. Maiakovski era pintor, guionista, escritor, actor, pero sobre todo poeta. Poeta y revolucionario. Su arte era el que “no será entendido por el pueblo” le repitieron los miembros de la burocracia revolucionaria. Su obsesión, insisto, era ser entendido por un obrero.
¿Qué sitio ha de ocupar la poesía entre las filas obreras? La respuesta, que asedió a Maiakovski y durante tanto tiempo han querido ocultarnos, es clara. La poesía es y debe ser ideología, y en cuanto a ideología, arma revolucionaria.
Cuando leemos una obra, un artículo, un poema, impera la tendencia a pensar que su valor literario está por encima de cualquier concepto ideológico, cuando el hecho de preguntarse si la literatura es ideología es semejante a preguntarse si la literatura sirve para algo más que traducir o reflejar el sistema hegemónico.
Ha estado a veces al servicio de causas revolucionarias, en todas las formas literarias: Los versos de Maiakovski y la literatura de Dostoyevski y Tolstoi precedieron (y de alguna manera anunciaron) la revolución Rusa de 1917. Su expresión artística esencial fue el cine. El movimiento al cual pertenecieron entre otros Eisenstein, Kulechov, Pudovkin y Vertov constituyó una de las principales vertientes creadoras del lenguaje cinematográfico universal; la poesía de Walt Whitman fue una oda a la igualdad del hombre y la mujer, la fraternidad y la democracia; la novela “las uvas de la ira” de John Steinbeck, tuvo como tema principal la explotación laboral y la inmigración.
Pero muchas más veces ha estado al servicio de lo existente, ha sido secuestrada por el capitalismo para alimentar al negocio burgués. Un ejemplo clave es la obra de Vargas Llosa, al que dediqué un artículo recientemente felicitándole por su condecoración.
Si el capitalismo hablara, le habría dicho a Vargas Llosa: Amigo mío, ya que en su día defendiste la literatura como una forma de insurrección permanente, y hoy has recapacitado y te encuentras fielmente a mi servicio, convendría que escribieras una novela sobre una dictadura latinoamericana antigua, de la que ya se hayan cerrado las heridas, distanciándola lo más posible de la actuación de Estados Unidos. Podrías también hacer de un personaje cercano a Trujillo, alguno especialmente indigno, por ejemplo el jefe de la policía política, máximo torturador, un simpatizante de Fidel Castro. Ya sabemos que ese tipo formó parte de una operación encubierta de la CIA contra Fidel Castro, pero no te preocupes, el asunto no es demasiado conocido, nadie se fijará. Y acuérdate de sobrecargar la novela con violencia, agresiones físicas, asesinatos, violaciones, represión sexual, homosexualidad… Ya sabes, el morbo y sensacionalismo llevados al extremo, la reducción de la condición humana a un puñado de pasiones y traumas incontrolables. No se te ocurra mostrar en la novela inteligencia, capacidad de elección, profundidad en los personajes, o movimientos de insurrección. Con esta fórmula y grandes medios de promoción en America Latina, que yo te proporcionaré, “La fiesta del chivo” será todo un éxito de ventas y recibirá esas amables críticas que engañan diciendo “aunque no estemos de acuerdo con la ideología de Vargas Llosa, es un gran escritor y llega hasta el fondo del alma humana”.
Como decía Bertolt Brecht,”los artistas del realismo socialista tratan la realidad desde el punto de vista de la población trabajadora y de los intelectuales aliados a ella y en favor del socialismo” e irremediablemente, los escritores del realismo capitalista ven la realidad desde el punto de vista de la burguesía y de los intelectuales que están a favor del sistema capitalista. Su literatura ha dividido lo público y lo privado, como si esa división pudiera hacerse real. La mayor parte de su trama está concentrada en la esfera de lo privado: secretos familiares, pasiones escondidas, asesinatos, y si en algún momento se abordan cuestiones públicas es para privatizarlas como hace Vargas Llosa con la política de Trujillo, o con las historias sobre la guerra civil española donde el núcleo argumental se reduce a actos privados de amor u odio. Como apuntaba con acierto mi admirado amigo Felipe Alcaraz en una entrevista sobre su última novela, La conjura de los poetas: “La literatura se convierte en una gran resaca comercial, y se disparan los lobbys, el control de los premios, el reino del best seller (…)”. Una “sociedad literaria” de la que, dice, se apartó Javier Egea incapaz de soportarla; como ejemplo de poeta materialista dignamente alejado de esa hegemonía capitalista de los valores culturales.
Maiakovski, que en tantas ocasiones se había elevado delante de una multitud que lo escuchaba, se apuntó en la sien, y por un agujero del bolsillo se derramó el verso que le quedaba. Pero aún pervive su certeza de que el único camino para crear literatura socialista bajo el yugo del capitalismo es hacer una escritura hacia la revolución. Que cuestione la idea de literatura tradicional y no acepte circunscribirse solo a la tradición hegemónica. La de tantos escritores en la sombra que hoy no escriben “buenos” libros, tan “buenos” para que la noble Academia, sobra decir independiente y objetiva se vea obligada a reconocerlo, y el noble Mercado, sobre decir libre y sin dueños, se vea obligado a reconocerlo, y la noble autonomía de la literatura, sobre decirlo, desvinculada de intereses, incapaz de fomentar un tipo de narraciones y dejar fuera otras, se vea obligada a admitirlo. La literatura comprometida de muchos que renunciaron a su prestigio, a un lugar entre los galardoneados, a ofertas económicas y glamour por hacer una literatura tal vez en exceso didáctica, acaso ingenua, quizá demasiado sencilla, tal vez de una grandeza que aún no hemos comprendido, y que merece todo nuestro respeto.
En 1853 José Martí, (poeta que dio nombre al primer colectivo de la Juventud Comunista que algunos fundamos hace ya cerca de una década) escribió un poema que comenzaba diciendo “dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. ¿O son una las dos?”, La noche no es la misma para quienes viven a costa de otros y para quienes son obligados a vivir para otros. No se trata de una limitación, el esclavo no debería desear ser el amo, sino ser un hombre libre, y el escritor revolucionario no debería desear escribir grandes novelas al gusto de la literatura imperante, sino poner en duda los parámetros que limitan el ingreso en esa alta literatura y su existencia misma. De las palabras de Martí surgió la opción de convertir la noche del oprimido en hogar propio, como si ella fuera el único recinto admisible y poder construir desde la misma discursos a favor de una cultura obrera, o campesina, o una cultura colonizada sin cuestionar cuanto de heredado, impuesto, mutilado había en esa cultura y en la literatura circunscrita a unos límites que tampoco eran suyos.
Tolstoi decía que el arte comienza cuando una persona expresa un sentimiento a través de ciertas indicaciones externas “con el objeto de unir a otro u otros en el mismo sentimiento”, y así la literatura puede ser un medio para proclamar esos sentimientos que piensan, representan y transmiten otro modo de vida. Una rebeldía colectiva que se niega a pactar con la injusticia del explotador. Literatura para terminar con la propiedad privada y el Estado burgués, desterrar la miseria, el hambre, la ignorancia. Literatura revolucionaria que impulse términos nuevos del espíritu y de las armas obreras, para girar, como dijo Maiakovski, las ruedas del molino con el torrente de las palabras.
¿Quién es más aquí? ¿El poeta o el técnico que procura a los hombres tantas ventajas prácticas? Los dos. Los corazones son también motores. El alma es también fuerza motriz. Somos iguales. Camaradas de la clase trabajadora. Proletarios del cuerpo y del espíritu. Solamente unidos solamente juntos podremos engalanar el universo, acelerar el ritmo de su marcha. ante una oleada de palabras, levantemos un dique. ¡Manos a la obra! ¡Al trabajo, nuevo y vivo! Y a los que discursean que se les mande al molino. ¡Para que el agua de sus discursos haga girar sus aspas! (3)(El arte no es un reflejo de la realidad, si no un martillo que se golpea a sí mismo, Vladimir Maiakovski)
(1) Conversación con el Inspector Fiscal sobre poesía, Maiakovski, Rusia, 1893.
(2) “Mientras sus compañeros futuristas vestían glamorosos trajes, la blusa amarilla, remedo de la vestimenta del obrero ruso, era la prenda habitual de Maiakovski. Como Einstein, a quien admiraba, para no tener que elegir qué ponerse, compró en serie las camisas.”
José Hesse, Vladimir Maiakovski, Editorial Epesa, Madrid, 1971.
(3) El poeta es un obrero. Vladimir Maiakovski. 1918.
Blog del autor: http://albertomiranda.net/?p=233
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