Mañana de domingo en la Feria del Libro de Granada
Mañana de domingo primaveral en Granada. Me tomo una cerveza en Chikito, la taberna donde García Lorca tenía su tertulia. Las paredes están repletas de fotografías de famosos de la farándula y el deporte que en los últimos treinta o cuarenta años han pasado por el establecimiento. El mordisco del tiempo es inmisericorde. Viejas glorias del celuloide o de heroicas competiciones ciclistas de tardes de julio en el Tour posan sonrientes, ignorantes de que un par de décadas después empolvarán solo los recuerdos de los más mayores. Y después, nada.Me siento tentado de escribir un breve tratado de antropología del lector. Del lector de un domingo de primavera en cualquier feria del libro andaluz y, por extensión, de cualquier ciudad española de mayor o menos tamaño. Dice el librero con el que compartimos caseta que el asunto está animado. La gente sale de paseo. Pues qué bien.
Improviso estrategias comerciales: los libros muestran la contraportada para incitar la curiosidad de los paseantes. Apenas sorprendo a tres o cuatro, los más atentos al cambio de cartas. Para el resto, los que pasean con la ropa de domingo, bien atusados, siguen sumergidos en esta especie de invisibilidad que produce la acumulación de editoriales, títulos, autores.
Imagino maniobras de marketing para el futuro. Si es que el futuro existe. Por dónde tirar de aquí en adelante. Son casi las dos y media, hora de cierre. Como comenté en un reportaje de tapeo por la ciudad que se publica en el nº de mayo de la revista DeViajes, en Granada la tapa es más importante que la Alhambra. Y a eso me pongo. Salud.
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