miércoles, 2 de febrero de 2011

Hazañas bélicas

[...]

8 DE OCTUBRE [1969]

-Sí: "No puede uno fiarse de nadie", así acaba lo que le dijo Luis Rosales a Marcelle Auclair. ¿A quién se refería?

-¿A quién?

-Posiblemente a su padre.

-Sabes que cuando Luis Rosales habla de la denuncia y muerte de Federico saca a relucir la envidia. En su libro, Marcelle Auclair hace decir al propio Rosales, palabra por palabra: "España es un país donde los frutos del renombre están envenenados. El renombre no trae ni dinero ni consideración ni ventajas de ningún orden, sólo envidia -jalousie- de la más sórdida. Y en ninguna otra parte era envidiado Federico como en Granada".

-Sí: la envidia es prenda española -no exclusivamente-, pero de ahí a asegurar que "en ninguna parte era envidiado Federico como en Granada" va un abismo que no quiero salvar -dice Paco-.
No es cierto. ¿Quién podía envidiar a Federico en Granada? ¿Qué dramaturgo, qué poeta? Como no fuese Luis Rosales... Y de esto, ni hablar.Que fuese un hombre débil es otro problema. Pemán es gaditano y no entra en juego. Pero es curioso, por lo menos, dejar constancia de esa idea que tiene Rosales acerca de Federico en Granada. No era el diputado de la CEDA, Ramón Ruiz Alonso, el que podía envidiarle. Y a Ramón Ruiz Alonso, según todos los libros o la mayoría de los autores que han estudiado el asesinato de Federico, están acordes en colgarle el sambenito de haber denunciado a mi hermano. Es posible. Es posible que fuera él, personalmente, el que fuese a denunciar dónde estaba Federico, es decir, en casa de los Rosales. Todos los detalles de los libros de Couffon y de Marcelle Auclair coinciden y lo más probable es que coincidiera tal como lo cuentan; por lo menos la ida de Federico a casa de Luis, pero lo que importa es hacer resaltar que cuando fueron a detenerle, a las dos o tres semanas de vivir ya sin esconderse demasiado, se movilizaron grandes fuerzas -que debían de estar en el frente-, y que, en aquel momento, no había ninguno de los cinco hombres que vivían en casa de los Rosales. Ninguno. Pueden dar las razones que quieran. Pero no había ninguno. ¡Qué casualidad! Ellos, los grandes amigos de Federico. Y tampoco estaba su padre. Ahora que éste acaba de morir ha empezado a correr la voz de que fue él, el que le denunció a Ruiz Alonso. Es posible que sí, es posible que no. Y que diera las órdenes oportunas para que no hubiese ningún hombre en la casa. Fue Federico el que abrió la puerta cuando llamaron y digan lo que digan, los Rosales tenían y tienen suficiente influencia, sobre todo Pepe con su vieja militancia franquista, para sacar a Federico de la cárcel, en los tres o cuatro días que, por lo menos, pasó allí. Y no lo hicieron.

Calla. El comedor amplio y lucido. La mañana clara:

-Nunca se sabrá exactamente lo sucedido. Lo más probable es que la orden de la ejecución fuera firmada, sin importarle, por ignorante, por el comandante Valdés; que la detención se hiciese con gran lujo de fuerzas, mandadas por Ruiz Alonso, y que el soplo de lo que no pocos sabían fuera dado por el padre de los Rosales, que cuidó que Federico estuviese solo, en la casa, a la hora señalada. Que, luego, Luis Rosales fracasara en sus intentos de salvación, es otra historia, tan repetida del lado "nacional" que no vale la pena insistir en ello. ¿Cual fue la razón que tuvo Rosales padre para obrar así? ¡Quién sabe! Ahí sí están abiertos todos los interrogantes.

Paco se pone, se quita las gafas.

-Pero si Luis Rosales estuviera totalmente limpio de culpa, hace mucho que hubiera publicado la verdad. Hace mucho que hubiera denunciado a los culpables, hace mucho que estaría limpio de sombras de culpa, como no sea la culpa misma.

Callo, una vez más. No vine a enterarme sino a ver y oír. Sólo y solo -acompañado- cerca de Viznar está el que sabe. Tampoco él dirá nunca nada. Lo único que sé es que el responsable no fue la República.

Y desperté
y estaba solo.

-Sí: Federico murió asesinado en y por la guerra: Miguel murió asesinado en el penal por y después de la guerra; pero escribió en la cárcel sus versos más puros. A lo que sepa, ningún poeta del 98 -creo- estuvo en la cárcel (Unamuno fue desterrado). La generación que le siguió tampoco conoció esos males, ni Moreno Villa ni Canedo -por ejemplo- ni los de mi generación, ni Guillén ni Cernuda, ni Alberti, por sus opiniones, ni ninguno de los ángeles malagueños (por sus erratas): no, ni Prados ni Altolaguirre. Ni Bergamín. El único que conoció las cuatro paredes desnudas -creo- fue León y por razones que poco tuvieron que ver con sus opiniones.

-Los de ahora, sí, pero no mucho. Prefieren el destierro. Aquí, y en los otros países capitalistas, que los socialistas tienen otra manera de resolver las divergencias ideológicas. Tal vez de mi generación -hablo de los escritores- el que más estuvo en la cárcel fui yo. Si hablamos de novelistas, Sender se fue muy pronto, Barea un poco después. Tal vez en eso reside la diferencia de fondo -y tal vez de forma- con mis contemporáneos y, sin duda, debo esa singularidad a Francisco Franco y al Presidente Daladier (más que al Mariscal Petain, que no hizo sino seguir la corriente). Quede aquí la expresión de mi reconocimiento sin olvidar al hijo de puta que me denunció, por comunista, en París, a fines del 39 o principios del 40. Dios se lo pague y aumente y Santa Lucía les conserve -a todos- la vista.

[...]

Max AUB / La gallina ciega Diario Público 2010 Págs. (252-255)

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