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A Rebeca Arce
Al fin todos se fueron. Encima
de la mesa
los restos de una timba de
siglos invernales,
de noches sin piedad. Cuatro
cartas iguales
aún brillan en las manos de la
joven princesa
que ganó la partida, llegada
por sorpresa,
grabadas en su vientre las
bellas iniciales.
Todos menos la sombra que toca
en los cristales
y salta la baranda y penetra
en la espesa
humareda del cuarto menguante de esa luna.
La sombra que le muerde los
pechos, y aventura
una mano encendida bajo el
lamé del tanga.
La sombra que reclama su parte
de fortuna
y le pone delante de los ojos
la oscura
soledad del espejo que
guardaba en la manga.
Javier
10. 8. 93
(Granada)
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