martes, 14 de mayo de 2013

De los poetas


 
“Por eso no sentía piedad de ti, de mí, de nadie,
–ninguno de nosotros–
sino rabia y condena, soledad y dolor en aquellas ruinas…

JE

Entre poetas: Miguel Veyrat y Javier Egea

Sí ayer publicaba la intervención de Eduardo Castro en la presentación del Volumen II de la Poesía completa de Javier Egea, en el acto organizado por Centro Andaluz de las Letras en el transcurso de la Feria del Libro de Sevilla (Podéis leerla AQUÍ), el pasado día 8, hoy y gracias a la generosidad habitual de Miguel Veyrat, os transcribo su brillante y comprometida intervención en el acto.
Gracias Miguel.
“Hace poco menos de un año, publiqué un artículo en la revista “Ojos de papel” con un expresivo titulo: “Retumbó la voz de Javier Egea”. Con él quería saludar la aparición del Volumen I de la “Poesía Completa” de Javier Egea, el poeta granadino cuya obra ha permanecido oculta durante un cuarto de siglo, silenciada en gran parte por quienes fueran sus compañeros de grupo —La otra sentimentalidad, travestida más adelante en poesía no compleja, ”figurativa” con el nombre de “Poesía de la Experiencia”.
Decía yo entonces que su publicación suponía un cañonazo disparado por los sagaces editores de Bartleby, retumbando al aire nunca demasiado tranquilo y desmedidamente presuntuoso de los vencedores actuales y reales de la continua, absurda y sangrienta guerra extraliteraria que asuela periódicamente la poesía española. Decía que con ello se reafirmaban de nuevo las amargas palabras de Luis Cernuda al citar a Larra en un artículo de 1962 consagrado a reivindicar la obra de Miguel Altolaguirre. ”En España todavía hoy escribir es llorar, —repetía el gran marginado al glosar el ocultamiento del poeta que fuera uno de sus más leales amigos—, porque el renombre, y por tanto la oportunidad de ser leído, de un poeta, está basado tan sólo en su actualidad”… ¿Por qué? “Porque en España, las reputaciones literarias han de formarse entre gente que, desde hace siglos, no tiene ni sensibilidad ni juicio, donde no hay espíritu crítico ni crítica y donde, por lo tanto, la reputación de un escritor no descansa sobre una valoración objetiva de su obra”. La sentencia de Luis Cernuda, vigente por desgracia, es a mi juicio base imprescindible para un intento de abordar con solvencia los desafíos que afronta de modo continuo la poesía que escribimos en España.
Añadía —y con esto termino la auto-cita necesaria para no tener que repetir lo obvio en el ambiente que describimos—, que los hechos continúan a pesar del cañonazo inicial de Manuel Rico y Pepo Paz, Editores de la colección de poesía de Bartleby, al que precedió la andanada de la novela de Felipe Alcaraz “La Conjura de los poetas”, ya que la cruel historia que ha resucitado a la actualidad y se completa con la “Obra Inédita y dispersa” de Javier Egea que hoy presentamos, no es sino consecuencia del reparto de los despojos de las vestiduras de la poesía que han realizado una vez más algunos jefes de centuria, entre editores y poetas, ansiosos de la ganancia que podía deparar el advenimiento de la “buena nueva” que anunciaba ingenuamente el ansiado fin de la dictadura, y el inicio de una placentera epifanía apoyada en la ahora llamada “Transacción” —de modo evidentemente irónico, pero con visos de realidad.
A la ira ciudadana actual debida a la descomposición política, económica y social, en los modos democráticos adquiridos desde que se restañaran los restos del río de sangre vertido hace ya tres cuartos de siglo, se une el deseo por parte de algunos intelectuales responsables, representados por los compañeros que forman hoy parte de esta mesa, de desenmascarar el entierro voluntario de parte de una herencia poética que aparece imbuida no sólo del espíritu de sus padres más activos y evidentes —tanto trasterrados como enterrados en vida en la península—, a la par que los verdaderos protagonistas de la poesía más comprometida en los años transcurridos desde aquella fallida, ingenua promesa, de “explosión literaria” tras el franquismo. Como si el talento dependiera de los votos y los miles de carreras y concursos de belleza entre poetas organizados por los ayuntamientos, instituciones y/o elegantes mecenas especuladores, que deseando lucir la cosmética del jazmín de la poesía, han contado con jurados parciales de escritores, que unidos a algunos espurios elementos editoriales “con voz pero sin voto”, se han encargado de recaudar los denarios localizados a través de sus agudos visores.
Si la aparición de aquel ya mítico “Primer Tomo” de la obra escrita por un poeta hasta entonces desconocido para mí y para cientos de miles de españoles no granadinos ni andaluces, me obligó a escribir aquellas palabras que ahora reitero, lo fue porque hemos sido muchos los poetas que hemos vivido la misma suerte que debía padecer más adelante Egea, mientras los más listos crecían merced a sus habilidades políticas y sociales, multiplicándose y ramificándose desde el grupo formado por aquel coqueto Corleone alpujarreño, pero con sus sucursales autonómicas correspondientes, juntando a neofranquistas deseosos de limpiarse de su pasado con supuestos rojos recién bautizados, para que el aceite del buen negocio que hasta ahora supuso la Santa Transición continuase engrasando las espinacas de culturillas y dineros municipales en el mejor estilo “pompier” , aquel sarcástico sintagmacon que se definió al academicismo francés de la segunda mitad del XIX.
Me van a permitir entonces, que termine celebrando la poesía inédita y dispersa de Javier Egea que hoy se nos aparece por vez primera, con la lectura de dos poemas para mí muy representativos. El primero define con más precisión y belleza que la prosa del “Manifiesto” de la poética que quiso asumir cuando entró a formar parte del grupo que más tarde lo traicionó, y el segundo donde estalla —retumba, diríamos de nuevo— aquella poesía que él entendió que debía escribir haciendo honor a su arte conjuntamente a sus ideas, antes de decidir su trágico modo de morir: Una parte del impresionante “Requiem” que escribió bajo la pauta de su amado Verdi y que no pudo ver publicado en la gran Antología que planeaba y nunca llegó a ser ni siquiera prologada por Ángel González, como hubiera sido su deseo. A ello he querido añadir el poema que escribí y publiqué en su homenaje en las páginas de “Poniente”: “Junto a Brecht”, mi último libro aparecido en 2012.”

“Poética”

(A Aurora de Albornoz)

Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía.
Juan Ramón Jímenez

Vino primera frívola –yo niño con ojeras–
y nos puso en los dedos un sueño de esperanza
o alguna perversión: sus velos y su danza
le ceñían las sílabas, los ritmos, las caderas.
Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras
porque también manchase su ropa en la tardanza
de luz y libertad: esa tierna venganza
de llevarla por calles y lunas prisioneras.
Luego nos visitaba con extraños abrigos,
mas se fue desnudando, y yo le sonreía
con la sonrisa nueva de la complicidad.
Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad.

Javier Egea

“Kyrie”

Alzamos los ojos con miedo
y anidaban allí los vencedores.
Ellos, los asesinos,
desde bunkers oscuros vigilaban la caza, el cebo azul, la farsa,
desde sus ojos negros como una red tendida,
ellos, los asesinos, malditos, en silencio.
Por eso no sentía piedad de ti, de mí, de nadie,
–ninguno de nosotros–
sino rabia y condena, soledad y dolor en aquellas ruinas.
Y gritamos entonces por encima del seto destruido,
del perro reventado, de la puerta en astillas,
sobre el yerro torcido y el orín,
el autobús en llamas como una extraña pira,
la tiniebla inundada,
lanzamos el cuchillo, rasgamos la garganta,
gritamos a la tierra malherida.
¡La vida es solo un reto! ¡La vida es solo un reto!
¿Dónde estarán la luz, las uvas verdes,
la vena del caballo, la flor entre las grietas,
la cintura del río, los labios de la tarde,
el vientre enamorado, la espalda de la risa,
las manos, sí, las manos,
dónde estarán tus muslos con el agua de azahar,
dónde el trabajo y el amor?
Pero es a muerte mi dolor y el tuyo.
Nadie nos salvará. Nadie.

Javier Egea

De: “Requiem -2″

“Junto a Brecht”

Mientras llega la hora del gran salto
grabemos este alegre epitafio
que entre tanto inútil tonto útil
escribió nuestro amigo Bertoldo,
ya enterado del destino del poeta
entre un pueblo de peces congelados:
Escapé de los tigres
Alimenté
A las chinches.
Me devoró vivo
La mediocridad.
Mas su amor alimentó a todos
cuantos comimos de su rojo corazón.
Imítalo si osas viajero airado,
pues luchó por la libertad del hombre.
En su estela espera la última rosa
de Ronsard, guardando el sitio.

Miguel Veyrat

De: Poniente

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