viernes, 15 de noviembre de 2013

Perros y poetas



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62    Perros y poetas

Historias de perros unían a los dos poetas. Alberti las recuerda. En una noche de niebla, a través de la cual Madrid casi no se veía, Pablo encontró en la calle un perro herido. Lo llevó a su casa, pero no tenía terraza. La casa de Alberti, sí. Llamó por teléfono a su confrère. "Traémelo", le dijo. "¿Cómo lo vamos a llamar?". "Llamémosle Niebla".

Niebla, según Alberti, lo acompañó todo el tiempo de la guerra y se portó como un soldado. Aguantó los bombardeos. En uno de ellos le cayó un pedazo de vidrio y sangró. Cuando el ejército de Franco estaba por entrar en Madrid, el perro partió con la familia y mucha gente más, evacuado al Levante. Al quedar dodeado el frente en Castellón de la Plana, el perro no pudo volver con la suegra de Rafael, y él cree a pie juntillas que fue hecho prisionero y fusilado.

Los dos poetas compartían la pasión perruna. Diez años más tarde, en casa de Neruda en Santiago, éste le hablaba de Calbuco, el gran perro que había traído de las orillas volcánicas del lago Esmeralda. De Chufla, que poseía una carasterística bien definida, según Neruda: morder a todos los ingleses que encontraba en su camino. Tenía de nuevo un perro llamado Kuthaka, en memoria de aquel que le salvó de morir arrollado por el tren en Ceilán. El recorrido por la tierna memoria de los perros ocupó un trecho en ese 7 de noviembre de 1936, cuando Pablo le llevó a la Alianza de Intelectuales para que publicara en El Mono Azul su Canto a las madres de los milicianos muertos, según su juicio, el más solemne de los poemas producidos por la guerra española. Después, como sacándose el sombrero, ambos recordaron a sus "perros de la guerra y de la paz de aquellos años maravillosos y terribles".

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Volodia TEITELBOIM / neruda la biografía / Ediciones Merán Albacete 2003. Pág. 167

 
A NIEBLA, MI PERRO


"Niebla", tu no comprendes: lo cantan tus orejas, 
el tabaco inocente, tonto de tu mirada, 
los largos resplandores que por el monte dejas 
al saltar, rayo tierno de brizna despeinada.
Mira esos perros turbios, huérfanos, reservados, 
que de improviso surgen de las rotas neblinas 
arrastrar en sus tímidos pasos desorientados 
todo el terror reciente de su casa en ruinas.
A pesar de esos coches fugaces, sin cortejo, 
que transportan la muerte en un cajón desnudo, 
de ese niño que observa lo mismo que un festejo 
la batalla en el aire, que asesinarle pudo.
A pesar del mejor compañero perdido, 
de mi más tristísima familia que no entiende 
lo que yo más quisiera que hubiera comprendido, 
y a pesar del amigo que deserta y nos vende.
"Niebla", mi camarada, 
aunque tu no lo sabes, nos queda todavía, 
en medio de esta heróica pena bombardeada, 
la fe, que es alegría, alegría, alegría.

Rafael ALBERTI / Capital de la gloria (1936-1938)

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