El poeta "en armas contra la soledad": Javier Egea vuelve el próximo otoño.
Paso una parte de mis vacaciones en un rincón del valle del Lozoya, en plena sierra del Guadarrama. Siempre, en esta época, me acompañan dos o tres libros para las horas de lectura (más escasas de lo que uno proyectó antes de iniciar el descanso) y trabajo literario pendiente. En esta ocasión han venido conmigo Nocturno de Chile, de Bolaño, inacabada lectura de los días del terremoto en el país andino y del frustrado Congreso de
El trabajo literario (que realizo con el ruido de fondo de las primarias en el socialismo madrileño) es una introducción a la poesía completa publicada de Javier Egea, el poeta granadino, coprotagonista, con Álvaro Salvador y Luis García Montero, del manifiesto de 1983 La otra sentimentalidad, que, hace 11 años, decidió decirle adiós a la vida. Ni que decir tiene que la relectura de todos sus libros, la indagación en las críticas que fueron apareciendo en distintos medios desde los remotos años 70 y la lectura de las entrevistas a las que respondió, además de los diversos trabajos que distintos especialistas han ido publicando, me han llevado un tiempo notable (que también ha reducido las posibilidades de lectura de los libros antes mencionados) a la vez que han supuesto una experiencia apasionante.
Javier Egea vuelve en otoño. De la mano, el aliento y el impulso de Bartleby Editores, gracias al esfuerzo y la tenacidad de José Luis Alcántara, Helena Capetillo y Juan Antonio Hernández y otros amigos cercanos. Vuelve el poeta extraño, casi borrado de los mapas poéticos en la década de los noventa, el poeta que se forjó, cultural y sentimentalmente, en
No tuve la fortuna de conocerlo, aunque desde que leí, por primera vez, sus poemas, supe que entre él y yo había en territorio de inquietudes comunes. Nacimos en el mismo año, en 1952. Él en Granada y yo en Madrid. Fuimos marcados por los mismos mitos y acontecimientos que gravitaron sobre nuestra generación. El asesinato de J. F. Kennedy, la muerte de Marylin, la llegada del hombre a la luna, la lucha contra la dictadura cuando éramos infinita e insultantemente jóvenes, la transición, con sus luces y sus sombras, la crisis del partido comunista, el descubrimiento del amor, y de la poesía, y de la literatura y de la música, y el cine neorrealista italiano y la escritura de Pavese, de Pasolini, y antes. la poesía de Bécquer, de Antonio Machado, de los poetas del 50, quizá Blas de Otero (que si estuvo en Granada).
Él vivió el impacto de tales acontecimientos, cuando todavía era "Quisquete", en
Javier Egea surgió de ahí. De esa tolva de acontecimientos y experiencias personales y colectivas. Y se hizo poeta de la soledad (a veces acompañada, a veces soledad a secas), se convirtió en el poeta que nos hablaba (nos habla) del amor nacido en habitaciones de una hora en alguna pensión perdida al final de una calle que lleva al descampado, el poeta que nos familiarizó con el Paseo de los Tristes o con los atardeceres que conducían a sórdidas noches de alcohol y desamor, con la soledad del mar y con las decepciones colectivas. Un poeta que se sobrepone al paso del tiempo, al anecdotario en que, a veces, se ha querido convertir su biografía. Un poeta que transita las décadas de los 80 y de los 90 en una marginalidad extraña, curtido en la sentimentalidad que siempre nos ha emocionado y, a la vez, en una sentimentalidad otra. Es el poeta que, hoy, cuando estamos a punto de enfilar la segunda década del siglo XXI, nos seduce y nos conmueve, no llena de zozobra y nos invita a releerlo para encontrar significados ocultos, nuevas realidades imprevistas en cada uno de sus versos.
Hace algunos años, tuve la satisfacción de escribir una amplia crítica para Babelia sobre la antología homenaje que editó DVD bajo el título Contra la soledad titulada "Realidad inhóspita y lucidez". Aquella antología fue un rescate limitado e insuficiente. Por eso, ahora, con la edición de su obra completa es preciso ganar la batalla contra el tiempo para el poeta y su obra. Situar su lírica, su trabajo poético, en el campo de la poesía desadjetivada. Cierto que él intentó una poesía “materialista”, una poesía de raiz marxista… Pero el resultado de esa labor, llena de sufrimiento y de esperanzas, de gozo y desolación, es POESÍA CON MAYÚSCULAS: sin adjetivos. Del mismo modo que la calificación de social de la poesía de Blas de Otero o de Pepe Hierro, por ejemplo, la lleva al reductivismo (porque fue social, en efecto, pero por encima de todo fue poesía) y la limita, a mi juicio es preciso recuperar la poesía de Egea en su dimensión más profunda, más perturbadora e inquietante. Situarla al lado de la obra de los grandes poetas en castellano, no acotarla en un espacio limitado. Porque es una poesía que emociona, que conmueve, que conecta a la perfección con la “honda palpitación del espíritu”o con la “palabra en el tiempo” a que se refiriera Antonio Machado.
La poesía de Egea se diferenció de la de sus compañeros de la “otra sentimentalidad” no por el anecdotario de su biografía, ni siquiera porque él, como ciudadano, se mantuvo siempre en una actitud de insumisión y rebeldía. de comunista insobornable (y decepcionado, todo hay que decirlo, del mundo literario no sólo granadino), sino porque supo combinar, en sus poemas, realidad e irracionalidad, claridad y oscuridad, emoción e incertidumbre, amor y desamor, vida y muerte. Hizo una poesía de la complejidad, que no rehuyó el apunte surrealista o la veta visionaria pese a contar con un eje vertebral esencialmente realista. Un libro como Troppo Mare, o gran parte de los poemas de Raro de luna, son inclasificables desde la óptica de la poesía figurativa. A mi juicio, es poesía total, poliédrica, civil e intimista a la vez. Una poesía perturbadora, extraña, rara, a veces fantasmal y a veces clásica sin parentesco alguno en los poetas que lo acompañaron en su peripecia vital y literaria. Poesía al fin y al cabo.
Aquí os dejo un poema emblemático de Javier Egea. Es poesía sin adjetivos. Intensa, honda, inquietante.
MATERIALISMO ERES TÚ
¿Y tú me lo preguntas?
Gustavo Adolfo Bécquer
Si supiste decirme que no estamos en paz,
si venir a tus labios fue sentir el calor
de un hermoso equipaje para siempre en los hombros.
Si se abrió el horizonte con sus ojos brillantes,
con toda su extrañeza.
Si hay días, raros días
en que cruzas de pronto la calle y me sorprendes
con alguna denuncia inesperada.
Si hay tardes, raras tardes
que me atrevo a contarte
mi pequeña verdad de enamorado,
que me atrevo a tirar por la borda algún jirón
de esta memoria sucia de dominio,
turbia de soledad.
Si hay noches, raras noches
que cuando te descubro
por una de esas calles que llevan al mercado
parece que una estrella, de golpe, me alumbrara.
AL MARGEN, por Manuel Rico Rego
No hay comentarios:
Publicar un comentario