Un carrito recorre (los supermercados de) Europa. Es
el fantasma mediático de la solidaridad, que intenta señalar a los
culpables de la crisis e intenta, aunque sea simbólicamente, partir
peras.
En la sociedad del espectáculo los gestos y los actos simbólicos no sólo pertenecen al poder y, desde luego, pueden tener una carga ideológica antidominante. En este caso, unos carritos llenos de artículos de primera necesidad (con los protagonistas de la lucha contra las hambrunas bien representados: arroz y patatas), que son “expropiados” a las grandes superficies, señalan un camino que puede extenderse con cierta facilidad. Es ésa una de las grandes preocupaciones del poder, porque saben que una chispa puede incendiar la pradera. Por eso el poder, y sus terminales mediáticos, se han removido con impaciencia y malestar, profundo malestar.
La solución está en la calle. Sigue el juego. El partido de la crisis no ha terminado, entre otras cosas porque los terminales mediáticos hegemónicos no alcanzan a suturar ciertas grietas. Existe una especie de ebullición constituyente que circula a lomos de un discurso claro de denuncia y alternativa, en un momento en que de forma descarada el poder intenta salvar bajo los focos –no sirven ya los disfraces- el santuario de su legitimidad acumulativa: la banca privada. Hay ebullición, hay discurso, aunque es cierto que se percibe cierta dispersión y como si alguien intentara señalar los límites de hasta dónde se puede llegar. Es el momento, quizás, de abolir tabiques y tender puentes en el seno de la izquierda. Y, como siempre, es el momento de no despistarse, de no perder las pistas de lo que realmente ocurre. Para ellos el carrito señala el límite de lo posible: ahí no se puede llegar. Y van a intentar castigar a los insurrectos de manera ejemplar, como piden los más radicales del orden y el control.
No es luz lo que se ve al final del túnel, sino, como ha dicho el Roto, son incendios. El Otoño va a ser más que caliente. La ley de extranjería, tras aplicarse a los nómadas, empieza a ensañarse con los jóvenes. Los estafados de las preferentes verán desaparecer gran parte de sus ahorros. Lloverán nuevos recortes sobre la inundación anterior. Habrá cambios profundos en las pensiones. Se intenta recuperar el espíritu del estado centralista, machacando autonomías y ayuntamientos. Las mujeres perderán gran parte del dominio de su propio cuerpo. Y lo último: el poder está obsesionado con marcar, muy a la baja, los límites de la democracia.
Por eso, aunque todo el mundo conoce mis diferencias con Gordillo (por ejemplo, pienso que ha puesto poco aceite de oliva en los carritos), es preciso abrir la mente a una nueva situación, de impulso constituyente. Un carrito recorre los supermercados de Europa, los “tiesos” lo llaman camarada.
Publicado en el Nº 252 de la edición impresa de Mundo Obrero Septiembre 2012
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