martes, 22 de diciembre de 2020

L'étranger

 "Uno se forma siempre ideas exageradas de lo que no conoce".

Albert CAMUS

  L'étranger à lui-même.


sábado, 19 de diciembre de 2020

Pandémica y Escarlata

 

 Jack LONDON / LA PESTE ESCARLATA (1912)

viernes, 11 de diciembre de 2020

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GENTE EN EL ABISMO



8

El Carretero y el Carpintero

En los Estados Unidos hubiese tomado al Carretero, con su rostro noble, perilla y labio superior afeitado, por cualquier cosa desde capataz a granjero acomodado. En cuanto al Carpintero... bueno, le hubiese tomado por carpintero. Flaco y fibroso, tenía todo el aspecto de ser lo que era, con ojos perspicaces y escudriñadores y manos que se habían retorcido sosteniendo herramientas durante cuarenta y siete años. El gran problema de estos hombres es que eran viejos, y sus hijos, en vez de crecer para cuidarles, habían muerto. Los años les habían vencido y se vieron desplazados del negocio por competidores nuevos y más jóvenes que ocuparon sus puestos.

Estos dos hombres, rechazados del alojamiento ocasional en el albergue público de Whitechapel, se dirigían conmigo al de Poplar. No habían muchas posiblidades, pensaban, pero la casualidad era lo único que nos quedaba. O entrábamos en Poplar o nos quedábamos toda la noche en la calle. Ambos ansiaban una cama, pues según dijeron estaban en "las últimas". El Carretero, con cincuenta y ocho años de edad, había pasado tres noches a la intemperie y sin dormir, mientras que el Carpintero, de sesenta y cinco, llevaba cinco al raso.

Pero, ¡oh, queridas gentes de vida muelle!, hartos de buenos manjares, con camas blandas y ventiladas habitaciones a vuestra disposición, ¿cómo os podría hacer comprender lo que sufriríais si tuvieseis que pasar una fatigosa noche en las calles de Londres? Creedme, imaginaríais que han pasado mil siglos antes de que la aurora iluminase el oriente; temblaríais hasta gritar por el dolor de cada músculo; y os maravillaríais de poder soportar tanto y seguir vivos. Si os sentaseis en un banco y se os cerraran los ojos, un policía os despertaría con la seca orden de "Circule". Podríais descansar en un banco, aunque estos son escasos y están muy separados entre sí; pero si descanso significa dormir, entonces hay que "circular", arrastrando el cansado cuerpo a lo largo de calles interminables. Y si con astucia desesperada buscaseis algún oculto callejón u oscuro pasaje y os acostaseis en el suelo, el policía omnipresente también os echaría. Es su deber. la ley de los poderosos dice que los pobres serán azuzados.

Pero cuando llegase el alba y terminase la pesadilla, regresaríais a vuestros hogares para reponeros, y hasta el final de vuestros días contaríais la historia de esa aventura a vuestros admirados amigos. Sería una estupenda historia. La breve noche de ocho horas se convertiría en una Odisea y vosotros, en Homeros.

No sucede así con aquellas gentes sin hogar que caminaban conmigo hacia el albergue público Poplar. Y esa noche había treinta y cinco mil como ellos, hombres y mujeres, en la ciudad de Londres. Por favor, no lo recordeis cuando os vayáis a la cama; si vuestra vida es tan muelle como se supone, acaso no descansaríais tan bien como de costumbre. Pero para ancianos de sesenta, setenta y ochenta años, desnutridos, sin buenos manjares que llevarse a la boca, tener que recibir el alba sin haber descansado, y tambalearse durante el día buscando desperdicios afanosamente, con la noche implacable cayendo de nuevo sobre ellos, y tener que hacer lo mismo durante cinco noches y cinco días... Oh, queridas gentes de vida muelle, hartos de manjares, ¿cómo podríais llegar a comprenderlo?

Anduve por Mile End Road entre el Carretero y el Carpintero. Mile End Road es una calle ancha que cruza el corazón del este de Londres, y en ella había decenas de miles de personas extrañas. Explico esto para que puedan comprender lo que describiré en el párrafo siguiente. Como decía, íbamos andando, y cuando aumentó su amargura y empezaron a maldecir el país, yo maldije con ellos, y lo hice como lo haría un granuja americano, embarrancado en una tierra extraña y terrible. Y, como intentaba hacerles creer, me tomaron por un "hombre de mar", que había gastado su dinero llevando una vida disoluta, perdido sus ropas (nada inhabitual en los marineros) y estaba temporalmente arruinado mientras buscaba barco. Esto justificaba mi ignorancia de las costumbres inglesas en general y del alojamiento ocasional en particular y mi curiosidad sobre la cuestión.

Al Carretero le costaba seguir el ritmo de nuestros pasos (me dijo que no había comido nada en todo el día), pero el Carpinteto, flaco y hambriento, con el gris y gastado abrigo flotando al viento, se movía con pasos largos y persistentes que me recordaban al lobo de las praderas o al coyote. Ambos mantenían los ojos fijos en la acera y, de vez en cuando, el uno o el otro se inclinaba y recogía algo sin interrumpir su andadura. Creí que lo que recogían eran colillas de cigarros o cigarrillos y al principio no le presté atención. Pero luego me di cuenta de lo que se trataba.

Recogían, de la cera fangosa y manchada de saliva, fragmentos de piel de naranja y de manzana, rabos de uva, y se los comían. Rompían con los dientes huesos de ciruela para aprovechar la médula. Recogían mendrugos de pan del tamaño de guisantes, corazones de manzana tan negros y sucios que no se les tomaría por tales, y esas cosas se las llevaban a la boca, las masticaban y las engullían. Y esto sucedía entre las seis y las siete de la tarde, el 20 de agosto del año de gracia de 1902, en el corazón del más grande, más rico y más poderoso imperio que el mundo jamás ha visto.

Los dos hombres hablaban. No eran estúpidos, sólo viejos. Y, naturalmente, con las entrañas llenas de detritus del asfalto, hablaban de revolución. Hablaban como lo harían los anrquistas, los fanáticos y los locos. ¿Y quién les podía culpar? A pesar de mis tres buenas comidas al día, y de la buena cama que podía ocupar si quisiera, y de mi filosofía social, y de mi creencia evolutiva en el lento desarrollo y metamorfosis de las cosas... a pesar de todo ello, insisto, me sentía impulsado  a decir sandeces como ellos o a sujetar mi lengua. ¡Pobres locos! No son los de su especie los que hacen las revoluciones. Cuando estén muertos y convertidos en polvo, cosa que no tardará en ocurrir, otros dementes hablarán de revolución mientras recogen detritus de la acera manchada de saliva en Mile End Road, camino del albergue público Poplar.

Siendo joven y extranjero. el Carretero y el Carpintero me explicaron la situación y me dieron consejos. Su consejo fue breve y conciso: abandonar el país.

-Todo lo deprisa que Dios permita -les aseguré-. Y lo haré a tal velocidad, que no verán ni el polvo de mi carrera.

Más que comprenderlas, sintieron la fuerza de mis palabras y asintieron con aprobación.

- Esto te convierte en un criminal contra tu voluntad -dijo el Carpintero-. Aquí me tienen, ya viejo, los jóvenes han ocupado mi lugar, mis ropas cada vez más andrajosas, y cada día me resulta más difícil encontrar trabajo. Voy  al alojamiento ocasional buscando un jergón. Tengo que estar allí a las dos o las tres de la tarde o si no no me lo dan. Ya han visto lo que pasó hoy. ¿Qué oportunidad tengo de encontrar un trabajo? Supongamos que me admiten en el alojamiento ocasional. Me tienen encerrado todo el día siguiente y no me sueltan hasta la mañana del otro. ¿Y entonces qué? La ley dice que no puedo ir a otro alojamiento ocasional que esté a menos de diez millas. Tengo que apresurarme para llegar a tiempo. ¿Qué oportunidades me deja patra encontrar un trabajo? Supongamos que no vaya. Supongamos que busco un trabajo. Sin que me dé cuenta, se me ha venido la noche encima y me quedo sin cama. Toda la noche sin dormir, nada que comer, ¿y en qué condiciones estoy  al día siguiente para buscar trabajo? Tengo que arreglármelas para dormir en el parque (la visión de Christ's Church, en Spitafield, persistía en mí) y conseguir algo que comer. ¡Y aquí me tienen! Viejo, caído y sin oportunidad de levantarme.

-Aquí había una barrera de peaje -dijo el Carpintero-. Muchas veces pagué aquí m peaje en mis tiempos de carretero.

-En dos días sólo he tomado tres bollos de a penique -anunció el Carpintero después de una pausa-. Ayer me comí dos, y hoy me he comido el tercero -aclaró después de otra larga pausa.

-Para hoy no tengo nada -dijo el Carretero-. Estoy hecho polvo. Y las piernas me duelen mucho.

-El bollo que te dan en el "clavo" es tan duro que no te lo puedes tragar sino es con una pinta de agua -me informó el Carpintero.

Al preguntarle qué era el "clavo", contestó:

-El alojamiento ocasional. Es palabra de jerga, sabe usted.

Lo que me sorprendió fue que la palabra "jerga" figurase en su vocabulario, vocabulario que antes de separarnos pude comprobar que no era nada pobre.

Les pregunté qué tratamiento podía esperar en el caso de ser admitido en el alojamiento público Poplar, y entre los dos me ofrecieron abundante información. Después de tomar un  baño frío, se me daría una cena consistente en seis onzas de pan y "tres partes de gachas". "Tres partes" quiere decir tres cuartos de pinta, y "gachas" es una cocción fluída de tres cuartas partes de avena diluida en tres cubos y medio de agua caliente.

-¿Leche y azúcar, supongo, y una cuchara de plata? -pregunté.

-No hay miedo. Sal es lo que le darán, y he visto lugares donde no te dan ni cuchara. Se levanta y se engulle, así es como se hace.

-Te dan buenas gachas de Hackney -comentó el Carretero.

-Ah, esas son unas buenas gachas -alabó el Carpintero, y cambiaron una mirada elocuente.

-Harina y agua en St. George -dijo el Carretero.

El Carpintero asintió. Las había probado todas.

-¿Y luego qué? -insití.

Y me informaron que se me enviaría directamente a la cama.

-Le despertarán a las cinco y media de la mañana y le obligarán a darse un lavoteo, si hay jabón. Y luego el desayuno, igual que la cena, tres cuartas partes de gachas y una hogaza de tres onzas.

-No siempre es de tres onzas- corrigió el Carretero.

-Cierto, y  aveces tan rancia que casi no se puede comer. Al principio no me podía comer ni las gachas ni el pan, pero ahora me puedo comer los míos y los del vecino.

-Yo me podría comer las raciones de otros tres hombres -dijo el Carretero-. No he probado nada en todo el santo día.

-Y después qué?

-Tienes que hacer tu trabajo: seleccionar cuatro libras de estopa, o limpiar y fregar, o partir un montón de piedras. Yo no tengo que partir piedras; paso de los sesenta. Pero a usted sí se lo harán hacer. Es joven y fuerte.

-Lo que no me gusta -protestó el Carretero- es que me encierren en una celda para seleccionar estopa. Es como estar en la cárcel.

-Supongamos que después de pasar la noche me niego a seleccionar estopa, o a partir piedras, o hacer ningún tipo  de trabajo -apunté.

-No hay cuidado de que se niegue por segunda vez; le correrán a usted -contestó el Carpintero-. No le aconsejo que lo intente, muchacho.

-Luego dan la comida -continuó-. Ocho onzas de pan, once y media de queso, y agua fresca. Cuando se termina el trabajo, dan la cena, como antes, tres partes de gachas y seis onzas de pan. A la cama a las seis, y  a la mañana siguiente a la calle, siempre y cuando se haya terminado la faena.

Hacía rato que habíamos dejado Mile End Road, y después de cruzar un laberinto  de calles estechas y ventosas, llegamos al alojamiento público Poplar. En un muro bajo extendimos nuestros pañuelos y cada uno puso en el suyo sus pertenencias, excepto el tabaco, que escondimos en los calcetines. Hecho esto, y mientras las últimas luces del día se desvanecían en el cielo parduzco y el viento soplaba frío, nos situamos, con nuestros ridículos fardillos en la mano, ante la puerta del alojamiento público.

Cerca pasaron tres muchachas trabajadoras, y una de ellas me miró con pena; al rebasarnos, la seguí con los ojos y ella volvió la cabeza para otra vez mirarme con pena. No se fijó en los ancianos. ¡Dios santo, tuvo pena de mí, joven y vigoroso, pero no la tuvo de los dos ancianos que estaban conmigo! Era una mujer joven, yo era un hombre joven, y cualquiera que fuesen las incitaciones sexuales que la impulsaron a sentir piedad de mi situaban sus sentimientos en el más bajo nivel. Piedad por los ancianos es un sentimiento altruista, y además, la puerta de un alojamiento público es el lugar acostumbrado para los ancianos. Así es que no sintió pena de ellos, sino de mí, que no la merecía en absoluto. No se honra a los cabellos grises que son enterrados en Londres.

En un lado de la puerta estaba el tiraor de una campanilla, en el otro, el botón de un timbre.

-Tire de la campanilla -me dijo el Carretero.

Accioné el tirador como lo hubiera hecho con el de cualquier otra puerta, y sonó un campanilleo.

-¡Oh! ¡Oh! -gritaron aterrados al unísono-. No tan fuerte.

Solté el tirador y me miraron con reproche, como si acabara de poner en peligro su oportunidad de obtener una cama y tres partes de gachas. No acudió nadie. Por fortuna, era la campana equivocada; me sentí mejor.

-Apriete el botón -le dije al Carpintero.

-No, no, esperemos - se apresuró a contestar.

De todo lo cual llegué a la conclusión de que el portero de una casa de caridad, que normalmente obtiene un salario anual de siete a nueve libras, es un personaje muy fatuo e importante y no puede ser tratado desconsideradamente por los pobres.

De manera que esperamos, y cuando la espera empezaba  a parecerme excesiva, el Carretero adelantó un dedo tímido y cauteloso y apretó apenas el botón del timbre. He contemplado a hombres esperando saber si iban a vivir o no; pero sus rostros mostraban menos ansiedad que los de mis dos compañeros mientras aguardaban la llegada del portero.

Este se presentó y apenas si nos dirigió una mirada.

-Estamos llenos -dijo, y cerró la puerta.

-Otra noche de infierno -murmuró el Carpintero.

En la escasa luz. el Carpintero tenía el rostro pálido y gris.

La caridad indiscriminada es mala, dicen los filántropos profesionales. Bien, decidí ser malo.

-Vamos, coja su cuchillo y sígame -le dije al Carretero, arrastrándole a un callejón oscuro.

Me miró asustado e intentó escabullirse. Posiblemente me tomó por un tardío Jack el Destripador, con una inclinación hacia los indigentes ancianos. O creyó que le estaba induciendo a cometer algún crimen desesperado. Sea lo que fuere, estaba asustado.

Recordarán que, al inicio de mi aventura, cosí una libra en el sobaco de mi camisa. Era mi fondo  de emergencia y ahora iba a utilizarlo por primera vez.

No fue hasta que hube realizado un número de contorsionista para enseñarle la moneda cosida bajo la camiseta, que conseguí la ayuda del Carretero. Incluso entonces su mano temblaba de tal manera, que tuve miedo de que me cortara a mí en vez de las costuras, y me vi obligado a tomar el cuchillo de su mano y hacerlo por mí mismo. Salió a la luz la moneda de oro, una fortuna para sus ojos hambrientos; y salimos corriendo hacia el café más próximo.

Naturalmente, tuve que explicarles que yo era tan sólo un investigador, un estudioso social, que intentaba averiguar cómo vivía la otra mitad de la población. E inmediatamente se cerraron como almejas. Yo no era uno de ellos; mi manera de hablar había cambiado, el tono de mi voz era distinto, en resumen, era un superior, y ellos tenían una gran conciencia de clase.

-¿Qué tomarán? -les pregunté cuando se acercó el camarero.

-Dos rebanadas y una taza de té -dijo el Carretero humildemente.

-Dos rebanadas y una taza de té -también dijo humildemente el Carpintero.

Parémonos un momento a considerar la situación. He aquí a dos hombres invitados por mí a entrar en el café. Habían visto mi moneda de oro y comprendían que yo no era un indigente. Uno de ellos tan sólo había comido durante el día un bollo de medio penique, el otro no había comido nada.  ¡Y no se les ocurría pedir nada más que "dos rebanadas y una taza de té"! Cada uno de ellos había hecho un pedido de dos peniques. A propósito, "dos rebanadas" quiere decir dos rebanadas de pan con mantequilla.

Era la misma humildad degradante que había caracterizado su actitud hacia el portero de la casa de caridad. Pero yo no estaba dispuesto a admitirla. Paso a paso fui aumentando sus pedidos -huevos, lonchas de bacon, más huevos, más bacon, más té, más rebanadas, etc.- mientras ellos aseguraban ansiosamente que no querían nada más, pero devorándolo todo en cuanto se les ponía delante.

-La primera taza de té que he tomado en dos semanas -dijo el Carretero.

-Es un té estupendo -comentó el Carpintero.

Cada uno se bebió dos pintas, y les aseguro que era malísimo. Se parecía al té menos que la cerveza barata al champaña. No, era "agua sucia" y no se parecía en nada al té.

Fue curioso, después de la primera sorpresa, observar el efecto que les causó la comida. Al principio se sintieron melancólicos y hablaron de las varias ocasiones en que habían contemplado el suicidio. El Carretero, no hacía aún una semana, se había encaramado en el pretil del puente y, observando el agua, consideró la cuestión. El agua, insistió el Carpintero con calor, era un mal camino. Estaba seguro de que él lucharía para no ahogarse. Era más "práctica" una bala, ¿pero como demonios conseguir un revólver? Ese era el problema.

Se fueron animando a medida que se llenaban el cuerpo de té caliente y empezaron a hablar de sí mismos. El Carretero había perdido a su mujer y a sus hijos, con excepción de uno, que al hacerse hombre le ayudó en el negocio. Entonces vino la fatalidad. El hijo, un hombre de treinta y un años, murió de viruelas. Inmediatamente, el padre cayó con fiebre y permaneció tres meses en el hospital. Esto acabó con él. Cuando salió estaba flojo, débil, sin un hijo joven y fuerte que le ayudase, su pequeño negocio hundido, y ni un penique en el bolsillo. Todo había acabado para él. Era demasiado viejo para volver a empezar. Sus amigos eran pobres y no podían ayudarle. Intentó encontrar trabajo cuando montaban las tribunas para el primer desfile de la Coronación.

Y la respuesta le puso enfermo: ¿No! ¡no! ¡no! Lo oía por las noches cuando intentaba dormir, siempre los mismo: ¡no! ¡no! ¡no!

La semana pasada había contestado a un anuncio, y cuando dijo su edad se le informó:

-Oh, muy viejo, demasiado viejo.

El Carpintero había nacido en el ejercito, donde su padre sirviera durante veintidos años. Sus dos hermanos también se hicieron soldados, uno de ellos, sargento mayor en en Séptimo de Húsares, murió en la India después del Motín; el otro, tras servir nueve años en Oriente a las órdenes de Roberts, había desaparecido en Egipto. El Carpintero no se alistó en el ejercito, gracias a lo cual todavía estaba en este planeta.

-Pero deme la mano -dijo abriéndose la harapienta camisa-. Estoy a punto para la disección. Me consumo, señor, me consumo por falta de alimentos. Pálpeme las costillas y ya verá.

Puse la mano debajo de la camisa y le toqué. La piel estaba tensa como parche sobre los huesos, y me dio la sensación de estar pasando la mano por una plancha de lavadero. 

-Durante siete años estuve en la gloria -dijo-. La mejor parienta que se puede tener y tres chavales preciosos. Pero murieron. La escarlatina  se los llevó en dos semanas.

-Después de esto, señor -dijo el Carretero indicando el festín y deseando llevar la conversación a un terreno más alegre-, después de esto, sería incapaz de tomarme el desayuno de un alojamiento público.

-Ni yo -estuvo de acuerdo el Carpintero.

Y se pusieron a hablar de las delicias de la comida y de los excelentes platos que sus respectivas esposas les preparaban en el pasado.

-Llevo tres dias en ayunas -dijo el Carretero.

-Y yo, cinco- repuso su compañero, entristeciéndose con el recuerdo-. Cinco días, sin nada en el estómago excepto un cacho de piel de naranja, que ni la natutraleza más ultrajada podría soportar, señor, y casi me morí. A veces, andando de noche por las calles, me he sentido tan desesperado que he pensado jugarme el todo por el todo. Ya sabe lo que quiero decir, señor: cometer un gran robo. Pero cuando llegaba la mañana, me sentía tan derrotado por el hambre y el frío que no podía hacer daño ni a una mosca.

A medida que sus pobres organismos se calentaban con la comida, empezaron a relajarse y a mostrarse más expansivos, y hablaron de política. Sólo puedo decir que sus opiniones políticas eran tan buenas como las del hombre de clase media normal y bastante mejores que las de muchos hombres de clase media que conozco. Lo que me sorprendió fue su conocimiento del mundo, de su geografía y sus gentes, y de la reciente historia contemporánea. Como dije, no eran estúpidos. Eran simplemente viejos, y sus hijos no habían conseguido crecer para proporcionarles un lugar junto al fuego.

Hubo un último incidente, mientras me despedía de ellos en la esquina, felices con un par de chelines en los bolsilloss y la seguridad de encontrar una cama para pasar la noche. Al prender un un cigarrillo, iba a tirar la cerilla encendida, cuando el Carretero me la cogió de la mano. Le ofrecí la caja, pero me dijo:

-No se moleste, no la desperdicie, señor.

Y en tanto encendía el cigarrillo que yo le había dado, el Carpintero se apresuró en llenar su pipa con objeto de prenderla con la misma cerilla.

-No es bueno malgastar -comentó.

-Sí -asentí, pero estaba pensando en las costillas como plancha de lavadero por las que había pasado mi mano.

Jack LONDON / Gente del abismo / libros Rio Nuevo EDICIONES 29 Barcelona 1984 Traducción Jorge Juan LEÓN


 


jueves, 26 de noviembre de 2020

lunes, 16 de noviembre de 2020

Reglas

 "¿Qué es un poeta?  Es un hombre que cambia las reglas del juego."

                                                                      Jean COCTEAU

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Marcas

 

los días jueves  y los huesos húmeros 

                                                César VALLEJO

sábado, 31 de octubre de 2020

SALTO

                               Agua dormida

           Quiero saltar al agua para caer al cielo.

                                              Pablo NERUDA /Crepusculario


¡

 

lunes, 7 de septiembre de 2020

ESPINA



                                                                   HÉLICE

Y
   Exaltar la pasión. Redoblar los afanes...
   ¡Si no estuviese el mundo
   Lleno de sacristanes!
   Pero sí.
               
               Antonio ESPINA

POESÍA SATÍRICA ESPAÑOLA / ANTOLOGÍA. Edición de Antonio Martínez Sarrión // Pág. 48
ESPASA Madrid 1997

martes, 28 de julio de 2020

P O E T A



v

Poeta,
ni  de tu corazón,
ni de tu pensamiento,
ni del horno divino de Vulcano
han nacido tus alas.
Entre todos los hombres las labraron
y entre todos los hombres en los huesos
de tus costillas las hincaron.
La mano  más humilde
te ha clavado
un  ensueño...
una pluma de amor en el costado.
                                           León FELIPE /
Antología Rota // LOSADA Buenos Aires 1965 pág. 12

lunes, 29 de junio de 2020

Taxi



"¡Pronto, chófer, deprisa: / siga esos ojos verdes!"
                                                          Javier JURADO

domingo, 28 de junio de 2020

jueves, 18 de junio de 2020

llueve


                                                            LA LLUVIA

DE QUÉ apenados ojos llueve el llanto
que baja, manantial recién parido,
resbalador y humilde, contenido
por el temor de ser duelo, quebranto.

De lloradores ojos llueve tanto.
Tan íntima de lloro y de gemido
tiene la voz, exenta de sonido,
que en lágrimas se le desata el canto.

Agua de manso vuelo y pluma leve.
(Un ruiseñor mojado se despoja,
gota a gota, de lluvia, y la deshoja.)

Agua de pie desnudo y paso breve,
que en mínima presencia se deshace
y en pétalo y aroma, muerta, yace.

                                            Trina MERCADER Sonetos ascéticos (1971)

jueves, 30 de abril de 2020

IRA (otra vez...)

INSOMNIO

Madrid es un ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). / A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me  pudro, /             y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna. / Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como  la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. / Y paso largas horas preguntándole a dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, / por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, / por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo. / Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? / ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

                               Dámado ALONSO /HIJOS DE LA IRA 1944


sábado, 18 de abril de 2020

CUARTETAS


Bebí mi vaso ante mi alma
y dije: -¡Alma mía! ¿Qué deseas?
La vida es duda, la muerte es duda:
cubramos la duda de vino.
Nuestras esperanzas brillan y se esfuman
como un espejismo que nos mantiene en la sed ardiente.
¡No importa! La vida no es más que
una jornada cuyo principio es el fin.

Nasib ARIDA

ANTOLOGÍA DE POESÍA ÁRABE CONTEMPORÁNEA // Austral Madrid 1972 Pág. 86 // Selección Leonor Martínez Martín

miércoles, 15 de abril de 2020

MANOS



¡DE PAR en par las manos... extendidas!
¡Abiertos el balcón y las palabras!
¡Que rebose el amor de nuestro vaso!
¡Que se meta la calle en nuestra casa!
¡No más oscuridad en los espejos!
¡Tirad al mar las llaves... no hacen falta!
¡Que nos recorra el viento de la sierra!
... tal vez se llevará lo que nos mancha.
Y vigilad el fondo del bolsillo.
¡Que no quede en sus pliegues ningún ancla!
... esas cosas que amarran nuestro paso;
esas cosas que impiden nuestra marcha.
Pero enteros, no a medias. Como entonces:
igual que cuando vimos la mañana
por vez primera, sí: con la sencilla,
desnuda transparencia de las playas.
Lo mismo que al nacer. Sin las reservas
de nuestra edad madura... ¡sin metáforas!

Darlo todo y lanzarse a plena calle.
Darlo todo o, si no , quedarse en casa.

Carlos ALVAREZ / ESTOS QUE AHORA SON POEMAS
                                   EL BARDO Barcelona 1969  pág. 38

sábado, 11 de abril de 2020

Fe (mía)

En agosto de 2017 comencé "Los reconocimientos" de William GADDIS. Doy  fe de que finalicé su lectura el 4 de febrero  de 2020.

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Divendres Sant i enllaços



30è dia de confinament. Divendres Sant. Jesús és mort. Som al 1960. Tot és silenci al ritme dels tambors de la processó. Els penitents arrosseguen cadenes. Però veniu amb mi. No feu soroll. Anirem a l'Escullera. Magdalena va de festa... Cliqueu, cliqueu la imatge. Sentiu les veus de la pantalla rere la cortina de vellut? 'Un Viernes Santo', de Joan-Gabriel Tharrats, en rigorós blanc i negre.


ENARCHENHOLOGOS.BLOGSPOT.COM
Imatge de l'Escullera (1933), lloc d'oci popular fins que va ser seccionada pel pont Porta d'Europa (2000) Josep Maria Sagarra (AFB) ...

lunes, 6 de abril de 2020

Cernuda 1935



                           PALABRAS ANTES DE UNA LECTURA
                                                        (1935)

  Puedo decir que por primera vez en mi vida arriesgo un contacto directo con el público. La sensación para mí es extraña, ya que generalmente el poeta no puede suponer que le escucha un público. El poeta habla a solas, o con alguien que apenas existe en la realidad exterior. Verdad es que hoy el público se ha reducido tanto (hasta ha llegado a llamársele "minoría"), que bien puede el poeta en alguna ocasión dirigirse a él sin renunciar por ello a esa soledad esencial suya donde cree escuchar las divinas voces.
  Siempre he rechazado cualquier tentación de comentar mis versos o de explicar lo que con ellos he pretendido. ¿Por qué lo hago ahora? Quizá porque crea como la deficiencia mía pudo no expresar en ellos cuanto yo pretendía o porque crea que la deficiencia de otros puede  no ver en ellos cuanto yo he puesto; aunque respecto al caso primero, como sé que bien pocos poetas llegaron a expresar enteramente cuanto pretendían expresar, me consuelo, en lo posible, recordando que acaso sea bastante el expresar algunas experiencias fragmentarias que nos permitan suponer el pensamiento completo del poeta.

                                                                    *

  Y se me dirá, ¿cual es el propósito del poeta? Permítaseme que refiera ahora la poesía a mi experiencia personal, lo cual supone no poca precaución, aunque el poeta, si es que se me puede llamar así, tiene fatalmente que referirse a su propia persona las experiencias poéticas que con sus medios limitados percibe; y al fin y al cabo , acaso las experiencias del poeta, por singulares que parezcan, no lo sean tanto que no puedan encontrar eco, en sus líneas generales, a través de diferentes existencias.
  El instinto poético se despertó en mí gracias a la percepción más aguda de la realidad, experimentando, con un eco más hondo, la hermosura y la atracción del mundo circundante. Su efecto era, como en cierto modo ocurre con el deseo que provoca el amor, la exigencia, dolorosa a fuerza de intensidad, de salir de mí mismo, anegándome en aquel vasto cuerpo de la creación. Y lo que hacía aún más agónico aquel deseo era el reconocimiento tácito de su imposible satisfacción.
  A partir de entonces comencé a distinguir una corriente simultánea y opuesta dentro de mí hacia la realidad y contra la realidad, de atracción y de hostilidad hacia lo real. El deseo me llevaba hacia la realidad que se ofrecía ante mis ojos como si sólo con su posesión pudiera alcanzar certeza de mi propia vida. Mas como esa posesión jamás la he alcanzado sino de modo precario, de ahí la corriente contraria, de hostilidad ante el irónico atractivo de la realidad. Puesto que, según parece, ésa o parecida ha sido también la experiencia de algunos filósofos y poetas que admiro, con ellos concluyo que la realidad exterior es un espejismo y lo único cierto mi propio deseo de poseerla. Así pues, la esencia del problema poético, a mi entender, la constituye el conflicto entre realidad y deseo, entre apariencia y verdad, permitiéndonos alcanzar alguna vislumbre de la imagen completa del mundo qie ignoramos, de la "idea divina del mundo que yace al fondo de la apariencia", según la frase de Fichte.
  Contando con esa experiencia preliminar en torno a lo que yo estimo como móvil de la actividad poética, al menos de la mía, podemos preguntarnos ahora: dicho conflicto entre apariencia y verdad, que el poeta pretende resolver en su obra, ¿qué fases y qué posibilidades ofrece a través de la vida del poeta?
  Acaso la poesía, al menos cierto aspecto de la poesía, requiera un estado de espíritu juvenil, y hasta no es raro que el poder de la juventud lo prolongue la poesía en el poeta más allá del tiempo asignado para aquélla. La juventud supone capacidad para enamorar y para enamorarse, y aunque el poeta pierda con el tiempo, como cualquier otro mortal, la capacidad de enamorar es difícil que pierda también la de enamorarse. Esa raíz estética es la que permite, aun en las peores horas, cuando todo parece confabularse contra él, que siempre le quede, cuando menos, la embriaguez dramática de la derrota. Tal aceptación indistinta del bien y el mal, del fracaso y la derrota, ha de parecer a algunos cosa peligrosa. Se me dirá que supone una actitud fatalista, y que el fatalismo es actitud bien cómoda.
  Pero ese fatalismo tiene causas hondas. ¿Qué puede el poeta por sí? Nunca como ahora la sociedad ha reducido la vida a tan estrechos límites. Y ciertamente el poeta es casi siempre un revolucionario, yo por lo menos así lo creo; un revolucionario que como los otros hombres carece de libertad, pero que a diferencia de éstos no puede aceptar esa privación y choca innumerables veces contra los muros de su prisión. La mayoría de las gentes produce hoy la impresión de cuerpos amputados, de troncos podados cruelmente.
  Como a casi todo puede dársele doble interpretación, alguno recordará ahí que limitarse es necesario, y supone madurez. No soy  de los últimos en reconocer el valor de la limitación, o de la resignación, para dar a esa virtud su verdadero nombre cristiano. Mas esto no  es obstáculo para que al contemplar la vida me parezca asistir a una desagradable comedia policiaca, y si otras sociedades estimaron al artista o al filósofo, ésta de ahora adora al polizonte. Reconozco por tanto que para mí las posibilidades materiales inmediatas de la actividad poética parecen negativas.

                                                                    *

Mas no sólo lucha el poeta con su ambiente social, sino que asiste a otra lucha igualmente dramática, quizá más dramática aún, pero las fuerzas con quienes en este caso lucha son invisibles. El poeta intenta fijar el espectáculo transitorio que percibe. Cada día, cada minuto le asalta el afán de detener el curso de la vida, tan pleno a veces que merecería ser eterno. De esa lucha, precisamente, surge la obra del poeta, y aunque el impulso de que brota nos parezca claro, en él hay mucho de misterioso. Lo más sencillo, lo más claro de este mundo tiene una raíz incógnita.
  La sociedad moderna, a diferencia de aquellas que le precedieron, ha decidido prescindir del elemento misterioso inseparable de la vida. No pudiendo sondearlo, prefiere aparentar que no cree en su existencia. Pero el poeta no puede proceder así, y debe contar en la vida con esa zona de sombra y de niebla que flota en torno de los cuerpos humanos. Ella constituye el refugio de un poder  indefinido y vasto que maneja nuestros destinos. Alguna vez he percibido en la vida la influencia de un poder demoniaco, o mejor dicho, daimónico, que actúa sobre los hombres.
  ¿En qué consiste ese poder? Confieso mi recelo  a las definiciones, porque el tiempo se encarga de que nuestro pensamiento sobrepase las definiciones que hicimos. Además, ese poder  daimónico a que aludo está estrechamente unido a mis creencias poéticas, y ni lo daimónico ni lo poético pueden definirse. Pero voy a precisar algo más en este punto, por lo que a mis creencias poéticas atañe.
  Leyendo un estudio de cierto arabista acerca de la vida y doctrina de un teólogo musulmán, hallé esta respuesta del teólogo en cuestión a uno de sus discípulos; mientras caminaban por la calle, uno de aquéllos le preguntó al oir un son de flauta: "Maestro, ¿qué es eso?". Y el maestro le respondió: -"Es la voz de Satán que llora sobre el mundo". Según aquel teólogo, Satán ha sido condenado a enamorarse de las cosas que pasan, y por eso llora; llora, como el poeta, la pérdida y la destrucción de la hermosura.
  Aquí la definición es inevitable y se nos presenta casi fatalmente: la poesía fija a la belleza efímera. Gracias a ella lo sobrenatural y lo humano se unen en bodas espirituales, engendrando celestes criaturas, como en los mitos griegos del amor de un dios hacia un mortal nacieron seres semi-divinos. El poeta, pues, intenta fijar la belleza transitoria del mundo que percibe, refiriéndola al mundo invisible que presiente, y al desfallecer y quedar vencido en esa lucha desigual, su voz, como la de Satán en la respuesta del teólogo musulmán a que aludía, llora enamorada la pérdida de lo que ama.
  Pero ese llanto no excluye que de la contemplación de la hermosura, aunque efímera, nazca en el poeta una alegría terrible, porque los sentimientos rara vez dejan de presentarse mezclados con sus contrarios en nuestra vida: sólo en la unión de los extremos podemos intuir una armonía superior a los poderes de la comprensión humana. ¿Qué sabemos nosotros lo que nuestra vida sea en el pensamiento de los dioses? Todo nos es preciso y necesario, porque en todo vibra  un eco de la poesía, y ella no es sino expresión de esa oscura fuerza daimónica que rige el mundo.
  A ese poder daimónico alude Goethe en sus conversaciones con Eckermann y acaso sea el mismo que consumía la vida de Hölderlin, tal el fuego en la zarza ardiente que vio Moisés. Confundido con el don lírico que habitó en ciertos poetas, parece como si las fuerzas físicas de estos no pudieran resistirle, viéndose arrastrados a la destrucción, para alcanzar al fin, tras la muerte, una enigmática libertad.
  No se me pregunte más sobre ese poder, porque nada sabría decir. Lo presiento, pero no lo comprendo. Además, ¿cómo expresar con palabras cosas que son inexpresables? Las palabras están vivas, y por lo tanto traicionan; lo que expresan hoy como verdadero y puro, mañana es falso y  está muerto. Hay que usarlas contando con su limitación, y procurar que no falseen demasiado, al traducirlas, esa verdad intuída que a través de ellas intentamos expresar. Al menos, una parte de aquélla acaso puedan recibirla, y quedar impregnadas del significado que sólo al poeta le es dado insinuar: el misterio de la creación, la hermosura oculta del mundo.

                                                                          *

  No era mi intento, como dije, dar una definición de lo que estimo sea la poesía, lo cual resulta tarea vana y pretenciosa, sino referir ante un auditorio reducido y de buena voluntad, varios momentos de mi experiencia personal respecto de aquélla. Dicha tarea me pareció preliminar conveniente para la lectura de algunos versos míos, facilitándoles en lo posible esa simpatía honda y recatada de unos cuantos que yo les deseo. Pero si se me preguntara cuál respuesta puede esperar un poeta en este mundo, yo respondería que ninguna o, si alguna, tan poco firme que de nada le sirve.
  Y aquí digo: basta. Acaso estas palabras no hayan sido sino un tanteo en las tinieblas.

Luis CERNUDA / POESÍA y LITERATURA // SEIX BARRAL BIBLIOTECA BREVE - Barcelona - México 1960 Pags. 195-201


domingo, 5 de abril de 2020

oficio

Escribidores que dicen llamarse poetas y no se les ve la poesía por ninguna parte.

DOLOR


                                                              DOLOR

¡Oh muerte! ¡Oh sueño lejano de la imaginación!
¡Oh amanecer de mis esperanzas, dulzura de mis anhelos!
Mi ansia por ti es más fuerte que las angustias del amor,
más violenta que la avidez del que delira por el agua,
más fuerte que el deseo de la doncella cuyos cálices están en flor
y embellecen la pasión y la cita;
es más fuerte que el deseo del náufrago por la luz cuando avanza
velozmente por el negro abismo del mar.
Los ignorantes calumniadores y atemoridos se equivocaron
al hacerte símbolo del terror y de la destrucción.
Tú eres auténtico profeta sin cañones,
cuyo mensaje es patente sin necesidad de explicación.
¡Oh salvador de los débiles! Tú eres misericordia
que a todos, menos a los débiles, se oculta.
En cada una de tus gotas hay lluvia copiosa,
favores extraordinarios, manos generosas.
Rey cuyo manto son las nubes y cuya luz
es efusión de claridad en las estrellas brillantes.
Dulce transporte de la imaginación a la que dan sombra sus alas
y sus costados en la noche de luna.
La muerte no es más que un mágico sueño
de tiernos sueños después del invierno.
Eternidad cuyas embriagueces y favores
son olas de placer y cuna de felicidad.
                                                              Bulus SALAMA

ANTOLOGÍA DE POESÍA ÁRABE CONTEMPORÁNEA / Leonor Martínez Martín  AUSTRAL  Nº 1518 pags. 124-125 Madrid 1972

sábado, 4 de abril de 2020

Estilo


"Cuando  despertó, el virus  estaba allí"-

Gracias, A. Monterroso

viernes, 3 de abril de 2020

cosas


le gustaban pocas cosas
el alcohol y las ventanas
el mar desde una colina
el mar dentro de la playa

el olor de los jazmines
los libros de madrugada
el sol, el pan de los pueblos,
quevedo, recordar áfrica
las noches y los amigos
el verano y tus pestañas.

                      Manuel ALCÁNTARA

Gatos

LOS GATOS LO SABRÁN

Aún caerá la lluvia
sobre dulces empedrados,
una lluvia ligera
como un hálito o un paso.
Aún la brisa y el alba
florecerán ligeras
como bajo tu paso,
y tú regresarás.
Entre flores y alféizares,
los gatos lo sabrán.

Llegarán otros días,
llegarán otras voces.
Sonreirás sola.
Los gatos lo sabrán.
Oirás viejas palabras,
vanas  y cansadas
como vestidos usados
de las fiestas pasadas.

Tú también harás gestos.
Responderás palabras;
rostro de primavera,
tú también harás gestos.

Los gatos lo sabrán,
rostro de primavera,
y la lluvia ligera,
el alba de jacinto,
que el corazón lacera
de quien no te espera,
son la triste sonrisa
que tú sonríes sola.
Llegarán otros días,
voces y despertares.
Sufriremos el alba
rostro de primavera.
                  Cesare PAVESE

                  Poesie Mondadori 1969 / Versión de Jorge Aulicino

jueves, 2 de abril de 2020

Soneto



No se puede vivir sin Garcilaso


                        VI

   Por ásperos caminos he llegado
a parte que de miedo no me muevo;
y si a mudarme o dar un paso pruebo,
allí por los cabellos soy tornado.
   Mas tal estoy, que con la muerte al lado
busco de mi vivir consejo nuevo;
y conozco el mejor y el peor apruebo,
o por costumbre mala o por mi hado.
   Por otra parte, el breve tiempo mío,
y el errado proceso de mis años,
en su primer principio y en su medio,
   mi inclinación, con quien ya no porfío
la cierta muerte, fin de tantos daños
me hacen descuidar de mi remedio.

GARCILASO de la VEGA

miércoles, 1 de abril de 2020

Volver a empezar


Hoy empieza todo - Cine y educación



Bertrand TAVERNIER / Francia 1999

[...]

Hoy empieza todo es cine social, rodado con técnica documental, con algunos actores profesionales y otros tomados directamente del medio educativo. Para acentuar el efecto documental de la película, que crea una gran verosimilitud, el director utiliza con frecuentemente planos-secuencia y travellings con la cámara al hombro.
Es una crítica de la indiferencia y burocratización del sistema de asistencia social, de las autoridades que miran  a otra parte, de los ciudadanos que piden ayuda y bendicen el comunismo, pero cuando pierden los beneficios se marchan llorando a un partido de ultraderecha, de un sistema pasivo, despreocupado de la realidad y más interesado en informes y tecnicismos que en los problemas diarios. Por otra parte, es una película optimista, que llama a la responsabilidad de todos los integrantes de la comunidad, que muestra la posibilidad de mejorar el sistema desde dentro.


[...]                                                                      
                                           (Enrique Martínez - Salanova Sánchez)