musas sobre raíles
Las piquetas de los sabios
cavan buscando esqueletos
donde señala el inglés
y callan los herederos.
Un hedor de carne antigua
atrae a hienas y a cuervos
pero los sabios trabajan
en un túnel de silencio
y no hay humano que estorbe
ni de cerca ni de lejos.
Va el agua de Aynadamar
vestida de crisantemos,
llenas las ingles de espuma
y juncos el entrecejo.
Cavan y cavan y cavan
los científicos y un ciego,
si Tiresias de secano
profeta de medio pelo,
recita un romance antiguo
con dobleces de misterio:
“Halla en mis ojos la luz,
ten de mis labios consejo.
Lo que buscas ya no está,
que lo ha devorado el tiempo.
Esta tierra lo que oculta
son los miserables restos
de la merendica pobre
de un esforzado labriego:
la chapa de una cerveza
y un zancajo de conejo”.
Los hijos de los que antaño
pusieron su curvo dedo
en gatillos de revólveres
y labios para el silencio
se relatan entre risas
el fracaso con estrépito.
Una sombra de sospecha
envuelve a cultos y a legos.
Sólo llora, y a escondidas,
la nieta del buen maestro
don Dióscoro Galindo
que sigue sin digno entierro.
Un eructo de gintónic
invade el monte desierto
mientras el inglés desnuda
de medallones su pecho
y le devuelve a
de Andalucía el sombrero
con escarapela blanca
y verde que un día le dieron
por ensartar mil rumores
sin fin y sin fundamento,
mientras algunos repiten
que allí cerca están los muertos,
en el barranco de Víznar
tiritando entre sus sueños.
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