jueves, 18 de febrero de 2010

Yoknapatawpha County

Póngase un escarabajo en alcohol, y se obtendrá un escarabajo; póngase a un hombre de Mississipi en alcohol, y se obtendrá un caballero.
William FAULKNER


[…] “Delante” de este autor me encuentro ahora incluso físicamente: delante de su casa Rowan Oak; inesperadamente próxima al centro urbano, se trata de un magnífico palacete sureño escondido en un inmenso parque. Por esta casa, adquirida en 1930 por 6000 dólares pagaderos a plazos de 75 dólares, lucharía toda su vida. Ella esconde y narra la historia de una vida. La casa aparecía de pronto sobre una alameda de cedros, detrás de cuyos oscuros claros un jardín frutal con manzanos brillaba en la tarde soleada… atravesado por el murmurante lamento del viento.

[…] Esta casa es una leyenda en si misma, espejo de los legendarios afanes de Faulkner por no dejar huellas, por satisfacer su cara ambición de ser el último individuo con vida privada de la tierra. Era su refugio, su bastión contra el mundo, su laboratorio y su infierno. Cuando adquirió esta casa, ya había salido a la luz su libro de poemas, que fue motivo de que telegrafiara a su editor en 1924 antes de partir a Europa: “SI ESTÁN LISTOS MIS DIEZ EJEMPLARES DE MARBLE FAUN Y AÚN NO LOS HA MANDADO ENTONCES MÁNDEMELOS PARDIEZ AHORA MISMO PORQUE SI NO NO PUEDO VIAJAR. WILLIAM FAULKNER”.

[…] El Faulkner de treinta y tres años que compró Rowan Oak se nos presenta como un feliz hombre de éxito que se dispone a cumplir su máximo deseo. ¿Yo éxito? Aquí en Oxford casi nadie sabe que escribo libros. Creen que no hago absolutamente nada. La librería de la ciudad sólo vende libros escolares. En el Drugstore hay algún que otro libro mío, y no siempre.

¿Y feliz? Una casa no puede decírnoslo. Mientras la recorro, conmovido por esa elegancia sin fasto que se acerca más al estilo de un terrateniente acomodado que al de un rico señorito de ciudad, un estudio sencillo, un comedor hermoso sin exceso, una biblioteca discreta, aquí y allá algún que otro mueble noble, compruebo que las imágenes que contemplo encajan en la biografía que conozco.

Cuando compró la casa en la Old Taylor Road aún se llamaba Shegog Place, en honor al propietario anterior, el coronel irlandés Robert B.Shegog, que había hecho una fortuna en Tennessee y adquirió esta finca en 1844 en el condado Lafayette, la cual había pertenecido con anterioridad a un indio llamado E-Ah-Na-Yea que a su vez la recibió del gobierno de los Estados Unidos. Shegog requirió al arquitecto inglés William Turner quien, sobre una ligera elevación del terreno, construyó, orientada al sur, una casa al gusto de la época, dotada de columnas “griegas”, balcones y amplia escalinata.

[…] A poca distancia detrás de la casa se ubicaba “la cabaña de los negros”, para la servidumbre. Ahí continúa, sórdida y tambaleante, y en el banco que hay delante de ella, con un poco de suerte, puedes preguntar a un anciano negro por “master Falkner”, el amable granjero a quien gustaba tanto la caza, que conducía el tractor o que hacía largas excursiones con los perros por los bosques.

[…] Impresionado, camina uno sobre las huellas de una estrechez económica que le duró toda la vida; cualquier anónimo locutor de televisión (“la televisión es para los negros”, dijo una vez Faulkner) y cualquier humorista de revistas vive hoy mejor que este genio que tuvo que pasar por la humillación de ver devueltos sus relatos cortos o de aguantar las jornadas estrictas de Hollywood. Cualquiera maneja hoy caros ordenadores y procesadores de texto; y en cambio aquí, en esta pequeña habitación con esta barata (incluso entonces anticuada) máquina de escribir, un cerebro compuso el macromundo de sus mitos, él mismo, una máquina de escribir, “engrasada” con café, tabaco de pipa y whisky, alimentándose de sueños y pesadillas y enriqueciendo nuestro mundo con terriblemente bellos, lúgubres y magníficos seres de fábula como Temple Drake.

[…] Algunas personas de Oxford (Mississipi) –en sus libros llamados Jefferson - declaran no sin orgullo- que en la casa de Faulkner están conservadas las posibilidades y la fatalidad del Sur, seleccionadas por una incomparable fuerza imaginativa. Ellos saben que aquí se conservan todos los testimonios de la respetabilidad y de la vergüenza, de la destrucción y de la inmortalidad, que han dado a conocer el Sur en su dimensión humana. A veces parece como si el Sur hubiese creado a Faulkner para conocerse y comprenderse a sí mismo: en su origen, sus anhelos y su futuro.


FRITZ J. RADDATZ
Tras las huellas de William Faulkner. Mentiroso de profesión
Valencia: Eds. Alfons el Mangnànim-IVEI, 1993. Col. Debats. 72 págs.
Trad.: Reinhold Kahl y Mª José Barreiro.







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