martes, 26 de octubre de 2010

Disparen sobre el pianista

El silencio se ha apoderado del cuerpo que respira tranquilo. El pianista pliega el periódico, abate el cuerpo sobre el papel estrujado entre sus manos, piensa o espera que se consolide el sueño de la mujer, luego se reincorpora, estudia su rostro, suenan las cinco en el reloj cercano, abandona la alcoba y avanza en dirección a las campanadas, abre la puerta y la luz descubre una pequeña habitación de estancados órdenes y culturas, estanterías de madera para libros prietos, reproducciones de La Madonna de Munch y del Bal Tabarin de Rouault, un Shimmel adosado a una pared donde consta un mapa de los Países Catalanes y de la supuesta Icaria de Fournier, ediciones Carles Taride, París, 1935. Sobre un papel de corcho recortes amarillos de periódicos, huecograbados de La Vanguardia, Luis Doria, distintas ápocas, premios, trofeos, actuaciones en las Naciones Unidas, en el Pardo, ante Charles de Gaulle, Salzburgo, algunos titulares de periódicos: Luis Doria: La música ha dejado de ser una puta. ¡Viva el amor libre! Abate el pianista una cama plegable y queda a la vista el bajo techo ya compuesto. Vacila y decide volver sobre sus pasos, recuperar restos y utensilios de limpieza, recolocarlos para la limpieza del cuerpo a media mañana. Retiene la palangana, la llena de agua y se la lleva a la cocina de butano. Más allá de la ventana otra ventana igual, enfrentada, sueños distintos de vecinos opacos, o demasiado viejos como ellos o demasiado jóvenes, tan jóvenes que no tienen rostro ni reclaman espacio en la memoria de los otros. Calienta agua en un pote y la mezcla con la de la palangana. Regresa a su refugio con la palangana y de una estantería escoge una jabonera de la que saca una pastilla verde, semigastada, fresca, olorosa. Se arremanga y se limpia manos y brazos como en un ejercicio de profilaxis. La cara. Luego se descalza. Deja la palangana en el suelo y mete en las aguas jabonosas sus pies torturados como sarmientos. Cierra los ojillos placenteramente el pianista y al abrirlos sorprende la primera claridad en la fachada de enfrente, el rótulo de la farmacia, el zumbido de un automóvil que inicia los ruidos del día y a la derecha el rostro airado de Luis Doria bajo otro titular: La música española soy yo. Se recuesta en la butaca pulcra, con cabezal de encaje, el pianista, y se entrega a un duermevela que los labios traicionan cuando pronuncian:

Le cadavre exquis boira le vin nouveau.

Manuel VÁZQUEZ MONTALBÁN El pianista Seix Barral Biblioteca Breve Págs. (101-102) Barcelona 1985

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