Primero fue la rueda modesta de las cosas:
un huevo por un pan, diez panes por un cántaro.
Luego se coronó una cosa entre todas:
el oro, con su esposa lunar, la plata triste.
Y el giro se hizo largo y potente: de lejos
llegaban caravanas hasta algún hombrecito
mágico, que en sus cuevas lo transmutaba todo.
Pero con alegría se asuzó más el baile;
palabras, juramentos, cartas, declaraciones
como de amor, valieron por los lejanos bienes:
sin ver, se recibían, se cambiaban los campos.
Creyó el hombre en el hombre, y reinó la confianza;
se vendió el porvenir, en fe multiplicado.
Al llegar el verano madurando los trigos
ya estaba bien gastado su valor varias veces:
a cuenta de las mieses que vendrían, ya habían
surgido casas; telas adornaban más cuerpos;
cunas mecían nuevos niños para esa harina.
Y al pararse, esa magia, esa embriagada ronda
era verdad: por leves papelitos firmados,
las cosas engendraban más cosas con el hombre:
por la palabra, el mundo se volvía infinito.
José María VALVERDE, La conquista de este mundo, 1960
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