sábado, 24 de octubre de 2009

Y un mensaje en una botella


PIERRE, LE MAQUIS


Yo llegué a Aix en Provence por la mañana
de un día oscuro de setiembre,
cuando las hojas secas de los plátanos,
revueltas por el viento, golpetean
con furia el parabrisas, ya manchado
por el barrillo de los camiones
que cruzan la Camargue, en la hora incierta
que media entre dos luces. Un café,
agua en el rostro y consultar el plano:
rue de la Republique, rue de la Gare,
Place de Saint Paul, aquí, pequeña calle,
serán pocos minutos. Oui, Monsieur,
y la búsqueda fácil, con la carta
y el paquete que envuelve la botella
de Fundador Domecq
hasta un segundo piso. La señora,
metida en una bata casi china,
me contempla, me escucha. Pierre no está,
no vive aquí, se fue, no sabe a dónde,
quizás en el bar, allí tenía amigos
y alguno lo sabrá. Las escaleras
y el golpe de la puerta a mis espaldas.
Nada en el bar, tampoco
los hombres que jugaban cada día
la partida con él, saben decirme
cómo encontrar a Pedro, dónde vive;
tan sólo entiendo que hace más de un año
empezó a beber fuerte,
que hablaba más que nunca de la guerra,
que se reía solo y maldecía
jurando en castellano,
y que le detuvieron
un Catorce de Juillet, cuando orinaba
las flores y coronas
del Monumento de la Resistencia.
Pedro Antón, Pierre, escucha,
no sé si aún estás vivo,
pero si un día lees o te cuentan
lo que ahora escribo aquí, quiero que sepas,
que, de regreso ya hacia La Junquera,
en un bistrot increible, entre gitanos,
que hablaban catalán , cerca de Sète,
yo acabé vaciando la botella
que para ti me dieron en Tortosa.
Fue a tu salud, lo juro. Aquella carta
creo que la he perdido.
José Agustín GOYTISOLO (Algo sucede, 1968)

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