viernes, 4 de diciembre de 2009

ALMA

El huracán ALMA

[...] El cuerpo de Alma era zarzaparrilla o azúcar o un pastel. Algo tan dulce, rosado y pegajoso que te impregnaba entero. Algo con lo que una vez que empezabas no podías parar hasta empacharte. Y en todo momento olia a rosas... rosas mezcladas con olor a mujer. Alma Hacht siempre se ponía agua de rosas. Detrás de las orejas, debajo de los brazos, en las muñecas. A veces se sentaba sobre un charco y dejaba que el agua de rosas subiera por ella. Si entrabas en una habitación y Alma Hacht había estado en ella en las últimas veinticuatro horas, lo sabías por el olor a rosas. Rosas de color rosa. No rojas, ni blancas, ni amarillas... rosas. Los pezones eran de color rosa; su agujero, de color rosa; sus labios, rosados. Juro que Alma Hacht no era una mujer blanca. Era una mujer rosa.
-La mejor puta del estado -diría Ida Richilieu hablando de Alma años más tarde-. Lo que hace a Alma tan buena es que parece una rosa, huele como una rosa y te folla hasta dejarte seco. [...]

Tom SPANBAUER
El hombre que se enamoró de la luna Muchnik Editores Barcelona 1992 Traducción Carlos López de la Madrid pág. 97

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