lunes, 7 de diciembre de 2009

javier egea: leyenda urbana



En mayo de 1992 Horacio "Tato" Rébora encargó la coordinación de un libro-collage sobre la noche y los bares granadinos a Javier Egea y este aceptó pues prometía pagar bien y estaba necesitado de ingresos. El título: "Confieso que he bebido". Se celebraron una serie de reuniones en "La Tertulia" que comenzaron con interés en el proyecto y se diluyeron con el tiempo en su contrario el desinterés y quedó, a principios de 1993, como eso: un proyecto. Javier Egea realizó una antología de textos poéticos que abarcaban desde Omar Keyham hasta la actualidad, acompañados por algunas prosas y artículos periodísticos y solicitó la colaboración de la inteligencia granadina, que con mayor o menor fortuna aportaron sus trabajos sobre tema tan común, pues de todos es sabido la legendaria relación alcohol-literatura.
Bastantes años después el profesor Juan Carlos Rodríguez, en entrevista realizada por Juan de Dios García (Diálogo Universal), requerido por la cuestión, fue tajante en cuanto a desmontar esa leyenda, personificada en el poeta Javier Egea. El entrevistador le preguntó:

¿Le debe algo la literatura a la bebida?

Y el profesor contestó:

-No, ni a las drogas duras. Eso es un mito romántico y bohemio que recuperaron los Beats americanos y el 68 europeo. Sólo hay un buen libro que parece escrito bajo el recuerdo de las drogas, pero es un libro de guerra, sobre el Vietnam, algo excepcional:"Despachos de guerra" de Michel Herr. Si te refieres a la leyenda en torno a Javier Egea te aseguro que todos sus grandes poemas los escribió completamente sobrio. Hace poco tiempo me llegó un manuscrito de Javier, escrito al parecer en una de sus noches de alcohol y era un verdadero desastre. La escritura sólo posee un amigo: tener algo que decir y saber cómo decirlo. Y el enemigo obviamente es la página en blanco. Y eso ya lo escribió Rubén casi mejor que Mallarmé. Los “paraísos artificiales” no existen durante la escritura; pueden existir antes o después, pero “en medio” lo único que ayuda es la obsesión por vencer a la página. Si eso te provoca dolor de cabeza se puede recurrir a un paseo o a una aspirina. Pero el compromiso con la escritura no admite camas redondas: es monogámico. ¿Quizá Rimbaud o Malcolm Lowry sean excepciones? Habría que comprobarlo más allá de las leyendas.

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