jueves, 10 de julio de 2008

EL SILENCIO


EL SILENCIO

Oye, hijo mío, el silencio.
F. G. LORCA

Lo sé. Hemos sido extranjeros...
L. GARCÍA MONTERO

Un paisaje de huellas esparcidas
parece miniar
el metal refulgente
de la madrugada.
Has tenido una vida
intensa e insuficiente.
Te han ocurrido cosas
como para ponerse a hablar solo.
Al final has logrado
ciertas explicaciones
antes de ser nuevamente troceado
por la industria de la realidad.
Comprendes que la respuesta no consiste
en organizar la alevosía
ni se trata de un duelo
a sable bajo los robles.
La derrota nunca tiene prisa:
se sienta a tu lado y hace calceta.
Al final sólo existe el campo de batalla
y la indómita voluntad
de que nadie consiga desterrarnos.

Después de mucho amor
y largas partidas de caza,
algo más viejo
y pulido de navegaciones,
vuelves a ti,
a tu dolor propio,
a vivir con ese animal de compañía
que es el silencio.
Fue su perro el único
que reconoció a Ulises en el regreso.
Uno es siempre extranjero.
Sólo queda al final la sencillez,
la sabiduría del tiempo chico,
sentir ese aliento suave de la mañana
en la piel perfumada y ya despierta
y saber que resistiremos
con un toque de paciencia,
distancia y clandestinidad.
Son las señales de nuestra
gran victoria,
de nuestra gran derrota.

Es el descubrimiento
de esa soledad
anegada de espacios
y del interminable diálogo
de la materia.
Las cosas se reparten amistosamente
el espacio contigo.
Son la mirada exacta,
la existencia irrebatible,
la memoria unánime del tiempo.
Debe ser espeluznante
la despedida final
de los objetos.

Qué es esto.
Qué es esta serenidad.
De dónde sale este gobierno,
esta lógica lenta
que exalta la lealtad de la materia.
Has pulido en aguas impetuosas
tu alma de búfalo
y aquella manía
de pelear a puñetazos
con el oleaje.
Carne gobernada,
cocinada en mil fuegos.
Haces las cosas despacio,
en su tiempo,
como estableciendo un relato.
Hay una solidaridad
que trabaja
al ritmo de tres generaciones.
Es la ética del eslabón
y del silencio.
Es la pasión laíca
del futuro trabajosamente construido.

Conoces muy bien el aspecto letal
de esa vieja burguesía
que todos los siglos
quema sus teatros.
El capitalismo es un sistema
para hacer obras en el centro.
El resto son mapas,
delincuencias de barriada
o la envidia incorregible
de la clase obrera.
Navegamos en ese lodo angustioso
de los viejos sentimientos.
Como ese amor
que cortasteis en vivo
y que hubo que darle
cuatro o cinco hachazos
para que expirara al fin
como una bestia alucinada.

La soledad contigo.
La pasión modesta
de algo que empieza
para terminar.
No es amor esta vez,
es una relación más duradera
la que nos une.
Hemos desayunado juntos en Granada
y en el barrio judío de París.
Podemos expresarnos
con la humildad del ciclista
y todo es tan sencillo
como poner comida al jilguero
o regar las macetas
mientras el otro observa en silencio.
O cogerse una mano
tras la cabra de Picasso
o bajo un arco de herradura
apeado en sillares de entrego.
Zarandeado por la buena puntería del
deseo
has entrado en sus partes blandas
como un halcón abejero.
Quizás lo más desgarrador
sea el beso final
como un bocado obsceno
en la nuca de una sardina.
Todo consiste en saber establecer
y a tiempo
una buena ley de extranjería.
No todas las separaciones son una derrota
cuando te esperan
el silencio
y la materia.

Amanece.
Hay huellas de gato
sobre el capó húmedo de los coches.
Cuánto hemos tenido que entregar
a esa terrible coherencia.
Es el dolor, sí,
pero es también el atrevimiento.
Y sales escindido
a la mañana de platino:
con el impulso
de la primera prueba de mar
de un buque
o como si alguien
te acabara de anunciar
que tienes cáncer.
Felipe Alcaraz Navegación de silencio

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