PAPELES DE SON ARMADANS Año I Tomo II Num. IV Madrid- Palma de Mallorca, Julio MCMLVI
La poesía como género literario
La poesía como género literario
En mi Teoría de la expresión poética afirmé que el fenómeno llamado vulgarmente "poesía" no es otra cosa que un grado superior de la expresividad propia del lenguaje ordinario. (Entiendo por lenguaje ordinario expresivo el que no apresa sólo conceptos, sino también sentimientos o percepciones sensoriales; así, cuando alguien asegura de otro que "es un burro", o que "es tan listo que se pierde vista"). En tales casos, el lenguaje conversacional, como la poesía, aunque con menos vastedad y complejidad que ésta, acierta a plasmar en la frase un contenido anímico tal como es, única misión de la faena lírica sensu stricto. En otras ocasiones, el habla cotidiana logra lo mismo por otros medios, medios ya no verbales, (el tono de la voz, el gesto, etc.), y, por tanto, ya no poéticos, pues el poeta se vale sólo de palabras y de sus relaciones, no de la mímica ni de los diversos recursos de que podemos servirnos en la conversación. En momentos tales, la palabra seguirá siendo artística, pero no debemos seguir llamándola poética. El lenguaje de todos los días es una mezcla de varias artes: la del mimo, la del poeta, la del actor.
De todo ello ha de quedar, en lo que nos importa, la idea de que la expresividad del lenguaje coloquial, cuando está lograda por medios meramente verbales, no se diferencia en nada esencial de la expresividad estrictamente poética. Podemos con todo rigor pensarla como poesía, y sólo cuando nos instalamos en tal pensamiento, el mecanismo lírico empieza a cedernos alguna de sus sombras. En fin, para decirlo violentamente y de una vez: no encuentro la menor diferencia sustantiva entre el mejor soneto de Shakespeare y la metafórica frase "eres un burro" que un indignado pronuncia para demostrar a un inferior su desdén. Claro está que media una distancia entre ese par de relidades verbales; una enorme distancia. Pero tal separación no se ahonda en un abismo, sino que se despliega en una suave llanura, todo lo extensa que se quiera, transitable en toda su longitud. En pocas palabras: las grandes diferencias que se registran son cuantitativas, no cualitativas. La intuición depositada en el soneto de Shakespeare es riquísima y de alto alcance; la depositada en la frase corriente que acabo de mencionar es de extremada pobreza y limitación. No importa: ambas son, en el fondo, la misma cosa, poesía, pues ambas nos comunican sin falsificación la representación anímica (compleja o simple) que un espíritu humano ha contemplado previamente dentro de sí mismo (ya como imagen de una realidad externa, ya como imagen de una realidad íntima).
Después de escribir lo que antecede, el autor levanta la pluma del papel un momento y se para a escuchar la razonable objeción que inmediatamente se le ha ocurrido a una mayoría de lectores. Éstos le dicen, levemente escandalizados: ¿pero no cree usted que entre ese soneto de Shakespeare y la frase citada por usted ("eres un burro") hay también una más radical discrepancia, no ya cuantitativa, sino verdaderamente substancial, la voluntad de arte, ostentada por el poeta y no por el hombre cotidiano?
No es posible discutir que Shakespeare haya tenido voluntad de arte mientras no ha tenido esa voluntad el Perico de los Palotes que se nos ha enfadado en nuestro ejemplo. Tampoco resulta cuestionable el hecho de que tal diferencia sea importante y hasta importantísima; lo que niego es que sea cualitativa, pese a las apariencias. Las apariencias, en efecto, nos llevarían a opinar, superficialmente, lo contrario. Pues la voluntad artística hace que lo escrito entre a participar de un género literario convencional (en nuestro caso, el género llamado "poesía lírica") que exige una actitud especial del lector; y como esa actitud es un indudable ingrediente del poema leído, a primera vista, tenderíamos a considerarla como sustantiva y no adjetiva. A tal propósito, el escritor catalán Maurici Serrahima recuerda la jugosa anécdota de Jules Renard en su novela Poil de carotte. Ligeramente modificada, hela aquí: Un niño escribe una carta a su padre, el cual, al leerla, reprocha a su hijo el tono altisonante y enfático de la misiva. El niño dice: "padre, no te has dado cuenta de que la carta está escrita en verso". Cuando abrimos un libro de poemas sabemos que se trata de poesía y no de novela o de otra clase de literatura (la epistolar, por ejemplo), y que las palabras están allí usadas según unas convenciones especiales, unas "leyes", no necesariamente formuladas en las preceptivas. Ocurre aquí algo semejante a lo que pasa cuando vamos al teatro. Hemos llegado tarde sin saber qué género de obra representan. Pensamos acaso que se trata de un drama. Lo primero que vemos es una situación que nos parece inverosimil. Juzgamos entonces la pieza como mediocre, si no como absurda. Pero pronto nos percatamos de que la obra es una farsa. "¡Ah, decimos, es una farsa! ¡Eso es otra cosa!". Y es que la situación, inverosímil dentro del género drama o alta comedia, es verosímil en el interior de esa otra especie teatral. La verosimilitud o la inverosimilitud de una composición literaria no podemos, pues, imaginarla como cosa fija, inmutable y abstractamente deducible, sino sólo a través del género y aún del subgénero artístico en que una u otra se instalen.
El género literario se nos ofrece así como algo de capital importamcia, que no hemos de confundir con importancia esencial. Precisamente la comparación a que acabamos de aludir nos pone en la pista de cuál sea la función que cumple el género literario "poesía" dentro de la abarcadora "comunicación por medio de meras palabras", peculiar tanto de la poesía propiamente dicha como de la expresividad del lenguaje ordinario. Esa función consiste únicamente en proporcionar vero similitud al contenido anímico propuesto y hacerlo aceptable por el lector, al suprimir, por ejemplo (sigo, por su máxima sencillez, el caso citado de la carta del niño a su padre), la impresión de énfasis que, por lo inadecuada, resultaría intolerable, obstaculizadora de la comunicación que toda lírica pretende alcanzar. (Lamento tener que usar aquí un concepto como el de "aceptación", que sólo en la próxima edición de mi Teoría de la expresión poética cobrará la plenitud de su significado. Creo, sin embargo, que puede ser ya suficientemente inteligible). Nótese que la pretensión del poeta coincide con lo realizado por la frase "eres un burro": en ser comunicación sin falsía de una intuición; y obsérvese, sobre todo, que el género literario llamado vulgarmente "poesía" sólo existe como medio para que esa comunicación se produzca. ¿Significa esto que la realidad interior comunicada por la poesía sensu stricto es de diferente índole que la masa psíquica expresivamente transmitida por el hombre de la calle, puesto que la primera requiere para su plasmación un instrumento (el género literario) que no precisa la segunda? Nadie, pienso yo, contestará negativamente a tal pregunta. Ahora bien: la presencia del género literario no indica una diferencia esencial entre los dos fenómenos que contraponemos. Si se hace necesaria tal presencia en un caso y en otro no, es sólo para poder transmitir correctamente la mayor complejidad y vastedad que antes denunciábamos como propia de la intuición poética con respecto a la relativa pobreza y simplicidad de la expresividad cotidiana. En suma: el género literario "poesía" y la actitud que comporta, es el medio de que el poeta se vale para hacer verosímil, aceptable por el lector, la forma que aquél necesita si quiere comunicar adecuadamente unas intuiciones que son, como acabamos de repetir, mucho más ricas que las del lenguaje de todos los días. Repitamos lo dicho en una fórmula más diáfana y resumidora. La diferencia entre un soneto de Shakespeare y la frase "eres un burro" es únicamente de cantidad. Pero la "cantidad" de la intuición shakesperiana requiere un lenguaje mucho más complejo que el usual; un lenguaje de uso imposible, por impertinente, en el diario coloquio; un lenguaje que sólo se nos torna idóneo cuando lo escuchamos como "poesía lírica", o sea, como género literario. La discrepancia señalada para la poesía (el género literario) es así, simplemente, la manifestación externa, formal, de una diferencia cuantitativa, no cualitativa, de contenido y, por consiguiente, no afecta, como en un principio adelanté, a la esencia de los dos fenómenos comparados (expresividad vulgar y poesía) que permanece, en ambos, idéntica.
De todo ello ha de quedar, en lo que nos importa, la idea de que la expresividad del lenguaje coloquial, cuando está lograda por medios meramente verbales, no se diferencia en nada esencial de la expresividad estrictamente poética. Podemos con todo rigor pensarla como poesía, y sólo cuando nos instalamos en tal pensamiento, el mecanismo lírico empieza a cedernos alguna de sus sombras. En fin, para decirlo violentamente y de una vez: no encuentro la menor diferencia sustantiva entre el mejor soneto de Shakespeare y la metafórica frase "eres un burro" que un indignado pronuncia para demostrar a un inferior su desdén. Claro está que media una distancia entre ese par de relidades verbales; una enorme distancia. Pero tal separación no se ahonda en un abismo, sino que se despliega en una suave llanura, todo lo extensa que se quiera, transitable en toda su longitud. En pocas palabras: las grandes diferencias que se registran son cuantitativas, no cualitativas. La intuición depositada en el soneto de Shakespeare es riquísima y de alto alcance; la depositada en la frase corriente que acabo de mencionar es de extremada pobreza y limitación. No importa: ambas son, en el fondo, la misma cosa, poesía, pues ambas nos comunican sin falsificación la representación anímica (compleja o simple) que un espíritu humano ha contemplado previamente dentro de sí mismo (ya como imagen de una realidad externa, ya como imagen de una realidad íntima).
Después de escribir lo que antecede, el autor levanta la pluma del papel un momento y se para a escuchar la razonable objeción que inmediatamente se le ha ocurrido a una mayoría de lectores. Éstos le dicen, levemente escandalizados: ¿pero no cree usted que entre ese soneto de Shakespeare y la frase citada por usted ("eres un burro") hay también una más radical discrepancia, no ya cuantitativa, sino verdaderamente substancial, la voluntad de arte, ostentada por el poeta y no por el hombre cotidiano?
No es posible discutir que Shakespeare haya tenido voluntad de arte mientras no ha tenido esa voluntad el Perico de los Palotes que se nos ha enfadado en nuestro ejemplo. Tampoco resulta cuestionable el hecho de que tal diferencia sea importante y hasta importantísima; lo que niego es que sea cualitativa, pese a las apariencias. Las apariencias, en efecto, nos llevarían a opinar, superficialmente, lo contrario. Pues la voluntad artística hace que lo escrito entre a participar de un género literario convencional (en nuestro caso, el género llamado "poesía lírica") que exige una actitud especial del lector; y como esa actitud es un indudable ingrediente del poema leído, a primera vista, tenderíamos a considerarla como sustantiva y no adjetiva. A tal propósito, el escritor catalán Maurici Serrahima recuerda la jugosa anécdota de Jules Renard en su novela Poil de carotte. Ligeramente modificada, hela aquí: Un niño escribe una carta a su padre, el cual, al leerla, reprocha a su hijo el tono altisonante y enfático de la misiva. El niño dice: "padre, no te has dado cuenta de que la carta está escrita en verso". Cuando abrimos un libro de poemas sabemos que se trata de poesía y no de novela o de otra clase de literatura (la epistolar, por ejemplo), y que las palabras están allí usadas según unas convenciones especiales, unas "leyes", no necesariamente formuladas en las preceptivas. Ocurre aquí algo semejante a lo que pasa cuando vamos al teatro. Hemos llegado tarde sin saber qué género de obra representan. Pensamos acaso que se trata de un drama. Lo primero que vemos es una situación que nos parece inverosimil. Juzgamos entonces la pieza como mediocre, si no como absurda. Pero pronto nos percatamos de que la obra es una farsa. "¡Ah, decimos, es una farsa! ¡Eso es otra cosa!". Y es que la situación, inverosímil dentro del género drama o alta comedia, es verosímil en el interior de esa otra especie teatral. La verosimilitud o la inverosimilitud de una composición literaria no podemos, pues, imaginarla como cosa fija, inmutable y abstractamente deducible, sino sólo a través del género y aún del subgénero artístico en que una u otra se instalen.
El género literario se nos ofrece así como algo de capital importamcia, que no hemos de confundir con importancia esencial. Precisamente la comparación a que acabamos de aludir nos pone en la pista de cuál sea la función que cumple el género literario "poesía" dentro de la abarcadora "comunicación por medio de meras palabras", peculiar tanto de la poesía propiamente dicha como de la expresividad del lenguaje ordinario. Esa función consiste únicamente en proporcionar vero similitud al contenido anímico propuesto y hacerlo aceptable por el lector, al suprimir, por ejemplo (sigo, por su máxima sencillez, el caso citado de la carta del niño a su padre), la impresión de énfasis que, por lo inadecuada, resultaría intolerable, obstaculizadora de la comunicación que toda lírica pretende alcanzar. (Lamento tener que usar aquí un concepto como el de "aceptación", que sólo en la próxima edición de mi Teoría de la expresión poética cobrará la plenitud de su significado. Creo, sin embargo, que puede ser ya suficientemente inteligible). Nótese que la pretensión del poeta coincide con lo realizado por la frase "eres un burro": en ser comunicación sin falsía de una intuición; y obsérvese, sobre todo, que el género literario llamado vulgarmente "poesía" sólo existe como medio para que esa comunicación se produzca. ¿Significa esto que la realidad interior comunicada por la poesía sensu stricto es de diferente índole que la masa psíquica expresivamente transmitida por el hombre de la calle, puesto que la primera requiere para su plasmación un instrumento (el género literario) que no precisa la segunda? Nadie, pienso yo, contestará negativamente a tal pregunta. Ahora bien: la presencia del género literario no indica una diferencia esencial entre los dos fenómenos que contraponemos. Si se hace necesaria tal presencia en un caso y en otro no, es sólo para poder transmitir correctamente la mayor complejidad y vastedad que antes denunciábamos como propia de la intuición poética con respecto a la relativa pobreza y simplicidad de la expresividad cotidiana. En suma: el género literario "poesía" y la actitud que comporta, es el medio de que el poeta se vale para hacer verosímil, aceptable por el lector, la forma que aquél necesita si quiere comunicar adecuadamente unas intuiciones que son, como acabamos de repetir, mucho más ricas que las del lenguaje de todos los días. Repitamos lo dicho en una fórmula más diáfana y resumidora. La diferencia entre un soneto de Shakespeare y la frase "eres un burro" es únicamente de cantidad. Pero la "cantidad" de la intuición shakesperiana requiere un lenguaje mucho más complejo que el usual; un lenguaje de uso imposible, por impertinente, en el diario coloquio; un lenguaje que sólo se nos torna idóneo cuando lo escuchamos como "poesía lírica", o sea, como género literario. La discrepancia señalada para la poesía (el género literario) es así, simplemente, la manifestación externa, formal, de una diferencia cuantitativa, no cualitativa, de contenido y, por consiguiente, no afecta, como en un principio adelanté, a la esencia de los dos fenómenos comparados (expresividad vulgar y poesía) que permanece, en ambos, idéntica.
Carlos Bousoño Papeles de Son Armadans Año I Tomo II. Num. IV
LXXI
N0 hagas más duelo, cuando muerto esté, por mí
que en lo que oigas a los broncos campaniles
al mundo dar aviso de que me partí
del vil mundo a morar con los gusanos viles.
Y aun si este verso lees, no des en remembrar
qué mano lo escribió; porque te amo tanto
que en tus memorias dulces muerto quiero estar
si de pensar en mí ha de brotar tu llanto.
Oh, si echas -digo- una mirada a este renglón,
cuando yo acaso con la arcilla ya me amase,
no llegues de mi pobre nombre a hacer mención,
sino deja tu amor que con mi vida pase,
no sea que el docto mundo, si llorar te ve,
de ti por mí se burle, cuando yo no esté.
William Shakespeare The Sonnets/Sonetos de amor Traducción de Agustín García Calvo Ed. Anagrama Barcelona 1983
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