miércoles, 6 de agosto de 2008

BÉCQUER 2

INTRODUCCIÓN SINFÓNICA

Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados
y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía,
esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para
poderse presentar después en la escena del mundo.

Fecunda como el lecho de amor de la miseria, y parecida a
esos padres que engendran más hijos de los que pueden
alimentar, mi musa concibe y pare en tal misterioso santuario
de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las
cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida
serían suficientes a dar forma.

Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados
en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir
con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas
de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna
incubación dentro de las entrañas de la Tierra, sin encontrar
fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso
del sol en flores y frutos.

Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos
quede otro rastro que el que deja un sueño de medianoche,
que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones, y
ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida
y, agitándose en formidable aunque silencioso tumulto,
buscan en tropel por donde salir a la luz de entre las tinieblas
en que viven. Pero ¡ay, que entre el mundo de la idea y el de
la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra;
y la palabra tímida y perezosa, se niega a secundar sus
esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes después de la inútil
lucha, vuelven a caer en su antiguo marasmo, tal caen inertes
en los surcos de las sendas, si cesa el viento, las hojas amarillas
que levantó el remolino.

Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación
explican algunas de mis fiebres; ellas son la causa, desconocida
para la ciencia, de mis exaltaciones y abatimientos. Y así,
aunque mal, vengo viviendo hasta aquí, paseando por entre
la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi
cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un
término, y a éstas hay que ponerles punto.

El insomnio y la fantasía siguen y siguen procreando en
monstruoso maridaje. ¡Sus creaciones, apretadas ya como las
raquíticas plantas de un vivero, pugnan por dilatar su
fantástica existencia, disputándose los átomos de la memoria
como el escaso jugo de una tierra estéril! Necesario es abrir
paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique,
diariamente aumentadas por un manantial vivo.

¡Andad, pues! Andad y vivid con la única vida que puedo
daros. Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seais
palpables; os vestirá, aunque sea de harapo, lo bastante para
que no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para
cada uno de vosotros una maravillosa estofa tejida de frases
exquisitas, en la que os pudierais envolver en orgullo, como
en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma
que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha
de guardar un preciado perfume. Mas es imposible.

No obstante, necesito descansar; necesito, del mismo modo
que se sangra el cuerpo por cuyas hinchadas venas se
precipita la sangre en pletórico empuje, desahogar el cerebro,
insuficiente a contener tantos absurdos.

Quedad, pues, consignados aqui, como la estela nebulosa que
señala el paso de un desconocido cometa, como los átomos
dispersos de un mundo en embrión que avienta por el aire la
muerte, antes que su creador haya podido pronunciar el fiat
lux
que separa la claridad de las sombras.

No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por
delante de mis ojos en extravagante procesión, pidiéndome
con gestos y contorsiones que os saque a la vida de la realidad
del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas sin
consistencia. No quiero que al romperse esta arpa, vieja
y cascada ya, se pierdan, a la vez que el instrumento, las
ignoradas notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del
mundo que me rodea, pudiendo, una vez vacío, apartar los
ojos de ese otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El
sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza
a flaquear, y las gentes de diversos campos se mezclan
y confunden. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado
y cuales me han sucedido. Mis afectos se reparten entre
fantasmas de la imaginación y personajes reales. Mi memoria
clasifica revueltos nombres y fechas de mujeres y días que
han muerto, o han pasado, con los días y mujeres que no han
existido sino en mi mente. Preciso es acabar arrojándoos de la
cabeza de una vez para siempre.

Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la
muerte, sin que vengáis a ser mi pesadilla, maldiciéndome
por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id,
pues, al mundo a cuyo contacto fuisteis engendrado,
y quedad en él como el eco que encontraron en un alma que
pasó por la Tierra sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas
y sus luchas.

Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran
viaje. De una a otra puede desligarse el espíritu de la
materia para remontarse a regiones más puras. No quiero,
cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado
equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos
que ha ido acumulando, la fantasía en los desvanes del
cerebro.

Gustavo Adolfo Bécquer
Junio de 1868

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