martes, 17 de noviembre de 2009
ARTEFA
1. TENIENDO EN CUENTA QUE, como lo dejó establecido el rey sabio en su General estoria, natural cosa es de codiciar los hombres saber los hechos que acaecen en todos los tiempos, y dado que mucho han emprendido poner en orden la historia de las calamidades que sucedieron en Artefa conforme nos las contara mi abuela, pero lo hacen de tan burda manera que son como los pintores que pintan a los ángeles con plumas, y a Dios Padre con barba larga, y al diablo con pies de cabra, me ha parecido también a mí, después de haberme informado de todo exactamente desde su primer origen, compilártelas en desorden, ¡oh, dignísimo Teófilo!, para que conozcas la verdad de lo que te fue enseñado; mas como la historia general de los hombres ha consistido siempre en puras historias tergiversadas por los hombres con el fin de servir a sus vanos intereses, y yo no soy más que un hombre que nació poseído por los mismos defectos, quiero bautizarme de antemano contra el pecado original, e imitando a nuestro venerado Arcipreste de Hita, declaro solemnemente desde el principio que si cualquiera que lea estos papeles bien trovar supiere, puede más añadir y enmendar si quisiere; espero, mi buen Teófilo, que te encuentres bien, nosotros bien, gracias a los compañeros, cuya ayuda nunca nos faltó; vivimos tiempos difíciles para la causa, pero no hay que perder la esperanza; el camarada Pablo sigue preso en la cárcel, donde lo visito a diario, y te manda muchos recuerdos; está flojo de salud, y ya empiezan a salirle los achaques de la edad; menos mal que yo me ocupo de sus dolencias; dicho lo cual, ahora que tengo más oreada la imaginación de las lluvias y terremotos, y los sesos más sacudidos de las apoplejías y letargos, empiezo ya sin tardar con la escritura de esta epístola que te dirijo, y paso a narrarte de mi puño y letra que dicen que han dicho que decían que habían oído decir que alguien dijo que le dijeron que Poncio Almodovar se encaró la escopeta y apuntó al ojo izquierdo del doctor Lucas Toledano, y que al apretar el gatillo quiso asegurarse de no fallar por segunda vez en su vida, ya que no le quedaba tiempo para lamentaciones; y dicen asimismo (lo cual es improbable) que todo empezó el día de la lejana Navidad de sus catorce años, cuando se hallaba con sus amigos de siempre y Celedonio el Judas lo retó a un duelo instantáneo de puntería; no pudo negarse, pues lo que más le importaba era quedar bien ante la bandada de muchachas que revoloteaban no muy lejos de allí con la sangre hirviendo por los primeros fogonazos de la adolescencia, y pensó que era una magnífica oportunidad para atraer su atención más allá del estéril intercambio de miradas furtivas; a aquella edad temprana portaba ya en la cara los rasgos que le harían convertirse poco tiempo después en la presa más codiciada de toda la comarca: tenía la sonrisa certera, y sus ojos pardos de gato despedían un fuego que derretía los espíritus más impávidos, pero era de un carácter solitario y no había llegado a descubrir que su poder de seducción residía precisamente en esos atributos; [...]
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