[...] A pesar de todo, no dejaremos de advertir en el fondo de nuestras miradas [...] lo cobardes que hemos sido dejándonos doblegar por las apariencias, por ese mundo de las personas normales que nos ha llevado hasta el extremo de romper con las antiguas, incómodas amistades. Que nos ha obligado incluso a cambiar de ciudad.
Y toda nuestra ironía, todo nuestro escepticismo de alta escuela, quedarán entonces como lo que son: máscaras, técnicas de huida, lo que resta para no pegarse un tiro, el último apoyo.
No me invitaste a la boda y el día que te vi de nuevo, ya con tu mujer, en aquella piscina, te comportaste como si tal cosa, saludándome con una especie de alegría infantil que parecía postiza, y luego, cuando almorzábamos, le pelliscabas la barbilla [...] le palmeabas el antebrazo y alababas su inteligencia. Es tan inteligente, dijiste, que ha buscado un genio para casarse. Pero cuando yo intenté hacer mis pinitos en ese tono cínico y aberrante que siempre hemos utilizado los dos [...] tú me hiciste ver no con demasiada habilidad que tuviera cuidado en no colarme, que las cosas habían cambiado. [...]
Felipe Alcaraz Sobre la autodestrucción y otros efectos Akal 1975 pág. 118
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