Todos los días nos asomábamos al mismo balcón.
Aquel mismo balcón de la casa nuestra,
de la isla nuestra y sola.
Con nosotros estaba el alga doble y la roca ágil.
Porque tantas veces pusimos allí los trapos interiores de la tarde
con el inmenso lavadero de la isla nuestra y sola.
Cómo olvidarnos de aquel crepúsculo de tigres
y con cuanta alegría lo abrazamos
como con alegría en esta misma hora lo hacemos tú y yo.
Nos unía el balcón
como nos sigue uniendo el kilómetro cero
y el kilómetro mil,
como nos sigue uniendo el varadero aquel que tanto conocimos.
Nuestro mismo balcón. Todas las tardes.
Fco. Javier Egea
Barcelona
(22-10-73)
Barcelona
(22-10-73)
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