Antonio Machado PROYECTO DEL DISCURSO DE INGRESO EN LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA EL OBSERVATORIO EDICIONES Madrid (1986)
[...]
(el mañana)
Triste cosa ir para viejo y haber por ello echado la llave a nuestras simpatías -nuestra capacidad afectiva es mucho más limitada que la de nuestra comprensión- y esto en tiempos de tónica juvenil, cuando el mundo se esfuerza en ir para joven y se empeña en las más atrevidas experiencias. Por todas partes las cosas parecen bruscamente cambiar, como si el árbol total de la cultura se renovase por sus más ocultas raíces. Fuerzas poderosas militan hoy contra los que suponíamos más firmes cimientos y más altos objetivos; los postulados de la ciencia, del arte, de la moral, aparecen inopinadamente removidos por nuevas concepciones del espacio, de la materia, de la economía, del Estado, de la familia. Transmutación de valores, para emplear la expresión nietzschana y, al par, no lo dudamos, creación de otra nueva que han de revelarnos los poetas de mañana. Los valores de cada tiempo tienen uno de los polos en los topos uranios de las ideas trascendentes, y otro en el corazón del hombre.
Yo no creo en una próxima edad frígida que excluya la actividad del poeta. Que el mundo venidero haya de ser, como supone Spengler, el de una civilización fría, puramente intelectualista y técnica, me parece una afirmación temeraria. Tampoco la aspiración de las masas hacia el poder y hacia el disfrute de los bienes del espíritu ha de ser, necesariamente, como muchos suponen, una ola de barbarie que anegue la cultura y la arruine.
No está excluído que el principio de Claucios rija en lo espiritual como en el mundo de la materia, y que una difusión de la cultura suponga una ineluctable degradación de la misma. Difundir la cultura no es repartir un caudal limitado entre los muchos, para que nadie lo goce por entero, sino despertar las almas dormidas y acrecentar el número de los capaces de espiritualidad.
Por lo demás, la defensa de la cultura como privilegio de clase implica, a mi juicio, defensa inconsciente de lo ruinoso y muerto y, más que de valores actuales, defensa de prestigios caducados.
Es cierto que una marcadísima apariencia nos muestra un mundo desencantado por el súbito despertar de la razón. Cabe pensar, sin frivolidad excesiva, que caminamos hacia una nueva iluminación, hacia un anglarum nuevo, y que nuestro siglo milita casi todo él contra las energías ocultas de los oscuros rincones de nuestra psique. Porque no se nos tache de reaccionarios apenas mentamos y menos endiosamos, como nuestros abuelos, a la razón. Pero contra apariencias aún más superficiales, tal vez no ha conocido la historia un hombre tan racionalizador, en todos los sentidos de la palabra, como el hombre de nuestros días. Cabe pensar, sin demasiada inepcia, que asistimos al triunfo del animal humano, que en plena posesión del mundo material aún aspira a regirse por normas estrictamente genéricas. Que los viejos fantasmas no huyen sin resistencia: muchos llevan el escudo al brazo y se defienden con denuedo y heroismo. Mas parece que todos caminan en retirada. Si alguien fuera capaz de escribir la epopeya aparente de nuestra época, nos daría el gran poema de la racionalización del mundo, nos narraría el gran Anábasis de las sombras románticas. Sería este un tema épico a la altura de los tiempos como díficil para el débil estro de nuestros bardos. Yo, no obstante, si tuviera autoridad literaria, lo aconsejaría a los jóvenes, desaconsejándoles, al par, el superfluo manejo de elementos átonos e inertes rebuscados en una vacía intimidad.
[...]
[a pluma]. Lo primero, en el orden estético, es hacer las cosas bien.
Lo segundo no hacerlas.
Lo tercero y último, realmente abominable, es hacerlas mal.
Don Miguel de los Santos Álvarez no perdonaba al autor de un drama trágico malo en cinco actos.¡Es tan fácil- decía él- no escribir un drama trágico en cinco actos!
Tan fácil como no hacer una tésis doctoral, un discurso académico, o un nuevo plan de enseñanza.
Pero el grito de una república de trabajadores será siempre: Homo faber, antes que holgazán.
Y en el pecado lleva la penitencia.
Antonio Machado: del Proyecto de Discurso de Ingreso en la Real Academia de la Lengua
Yo no creo en una próxima edad frígida que excluya la actividad del poeta. Que el mundo venidero haya de ser, como supone Spengler, el de una civilización fría, puramente intelectualista y técnica, me parece una afirmación temeraria. Tampoco la aspiración de las masas hacia el poder y hacia el disfrute de los bienes del espíritu ha de ser, necesariamente, como muchos suponen, una ola de barbarie que anegue la cultura y la arruine.
No está excluído que el principio de Claucios rija en lo espiritual como en el mundo de la materia, y que una difusión de la cultura suponga una ineluctable degradación de la misma. Difundir la cultura no es repartir un caudal limitado entre los muchos, para que nadie lo goce por entero, sino despertar las almas dormidas y acrecentar el número de los capaces de espiritualidad.
Por lo demás, la defensa de la cultura como privilegio de clase implica, a mi juicio, defensa inconsciente de lo ruinoso y muerto y, más que de valores actuales, defensa de prestigios caducados.
Es cierto que una marcadísima apariencia nos muestra un mundo desencantado por el súbito despertar de la razón. Cabe pensar, sin frivolidad excesiva, que caminamos hacia una nueva iluminación, hacia un anglarum nuevo, y que nuestro siglo milita casi todo él contra las energías ocultas de los oscuros rincones de nuestra psique. Porque no se nos tache de reaccionarios apenas mentamos y menos endiosamos, como nuestros abuelos, a la razón. Pero contra apariencias aún más superficiales, tal vez no ha conocido la historia un hombre tan racionalizador, en todos los sentidos de la palabra, como el hombre de nuestros días. Cabe pensar, sin demasiada inepcia, que asistimos al triunfo del animal humano, que en plena posesión del mundo material aún aspira a regirse por normas estrictamente genéricas. Que los viejos fantasmas no huyen sin resistencia: muchos llevan el escudo al brazo y se defienden con denuedo y heroismo. Mas parece que todos caminan en retirada. Si alguien fuera capaz de escribir la epopeya aparente de nuestra época, nos daría el gran poema de la racionalización del mundo, nos narraría el gran Anábasis de las sombras románticas. Sería este un tema épico a la altura de los tiempos como díficil para el débil estro de nuestros bardos. Yo, no obstante, si tuviera autoridad literaria, lo aconsejaría a los jóvenes, desaconsejándoles, al par, el superfluo manejo de elementos átonos e inertes rebuscados en una vacía intimidad.
[...]
[a pluma]. Lo primero, en el orden estético, es hacer las cosas bien.
Lo segundo no hacerlas.
Lo tercero y último, realmente abominable, es hacerlas mal.
Don Miguel de los Santos Álvarez no perdonaba al autor de un drama trágico malo en cinco actos.¡Es tan fácil- decía él- no escribir un drama trágico en cinco actos!
Tan fácil como no hacer una tésis doctoral, un discurso académico, o un nuevo plan de enseñanza.
Pero el grito de una república de trabajadores será siempre: Homo faber, antes que holgazán.
Y en el pecado lleva la penitencia.
Antonio Machado: del Proyecto de Discurso de Ingreso en la Real Academia de la Lengua
No hay comentarios:
Publicar un comentario