martes, 10 de junio de 2008

R(CL)ARO DE LUNA


Porque aún queda alguna cicatriz que sigue doliendo y hasta tal vez alguna herida que sangra desde que era niño.
A. G.

La música fue siempre una complicidad necesaria en la poesía de Javier Egea. Tanto fue que no hay ningún poemario suyo en el que se pueda obviar una música concreta. Al menos desde que el poeta escogió el Yo Lírico para hacer sus versos: sus tres últimos libros publicados.
Pero no se trata de que la música acompañe a los poemas, lo que sería reducir el valor de la palabra a una función de adjuntía. Por el contrario la música determina básicamente ya la propia estructura de la obra ya el decurso del discurso. Y es de este modo porque la música permite visualizar la invisibilidad de las imágenes: la música crea espacio. Beethoven dijo que "la música es una revelación más alta que la ciencia y la filosofía".
Y, recordando a Beethoven, sabemos que Raro de luna le debe mucho a "claro de luna". Se trata de la Sonata nº 14 en do sostenido menor (Op. 27, nº 2) denominada por el compositor alemán "quasi una fantasía" y está planteada en tres movimientos: Adagio sostenuto, Allegretto y Presto agitato. Fue compuesta en noviembre de 1801. Y en la dedicatoria consta: "Sonata quasi una fantasía, alla Damigellacontesa Giulietta Guicciardi", una jovencita de diecisiete años. En 1836 el crítico musical Ludwig Rellstab comparó el primer movimiento de la sonata con el panorama del claro de luna en el lago Lucerna y desde entonces dicha sonata es conocida como "Claro de luna".
El rigor de la escritura musical de Beethoven es clave para el planteamiento y desarrollo de cada poema de Raro de luna como, sobre todo, del propio concepto poético y su meticulosidad formal. Beethoven hace un alarde del sentido romántico de la voz por su contenida largueza en el fluir de la partitura. Y ese carácter heroico se cifra en una sentimentalidad sepulcral que tan bien coincide con lo vampírico y con el propio estado psíquico del poeta. La tumba es el espacio perfecto de la soledad porque ni siquiera la ruina permanece. El vampiro surge de ella sin incurrir en la eternidad de las cenizas. En cierto modo, él vence a la muerte aun a costa de perder su no-sustancia. Dependiendo de la sangre ajena, ritualiza una especie de continuidad al revés de las contingencias espacio-temporales. Cada vez que resurge el vampiro podría decir lo mismo que proclamó Empédokles de Hölderlin a la boca del cráter: "¿Es que en la muerte se me enciende, por fin, la vida?.

Fidel Villar Ribot, del prólogo a Raro de luna, de Javier Egea I&CILE Granada 2007



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